Gustavo E. Urrutia y el ni tan extraño caso del conservadurismo negro en Cuba
Todos —pero especialmente Urrutia— tienen en contra ese
conservadurismo, que los hace réprobos al espíritu revolucionario; puede que —pero
nadie sabe— porque en su funcionalidad antropológica evidencie la disfuncionalidad
política del otro. En definitiva, el liberalismo es paradójicamente conservador,
con su énfasis en la conservación del estatus quo; que es la sociedad como
estructura última de lo humano, en un valor propio que la sobrepone a la
cultura. En contraste, el conservadurismo negro es funcional en su naturaleza
antropológica más que política; respondiendo a su intrínseca precariedad en
este sentido, aún si confluyendo por esto con el conservadurismo clásico; que
sí es político, por su determinación directamente económica, y basado en la
estructuralidad de lo social.
Nada de eso tiene que ver con la cultura negra, que
emerge en Cuba como de servicios, subordinada a esta decadencia; pero sí la
condiciona en esa precariedad primera, en que la persona concreta debe velar por
su subsistencia. Esta sería la explicación de ese conservadurismo,
incomprensible al suprematismo moral revolucionario; extendido en el patrocinio
de las clases pobres en otra forma de determinismo, también racial en ese
suprematismo.
En definitiva, el liberalismo comprende sus propias
determinaciones, pero no las de la raza negra que patrocina; y a la que reduce
a esa pobreza de casta, con esa dificultad del idealismo para comprender la
singularidad histórica. El problema del conservadurismo en general, sería que
parte de una contradicción del liberalismo como premisa; que es falsa, porque
ambas son expresiones de la misma estructura económica, distorsionada por las
presiones políticas.
Por eso, el mérito político de estos negros es
deslegitimado por principio, sin reconocerle alguna posibilidad; desechando
incluso —como supuestamente individualista— el esfuerzo familiar y comunitario
que los construyó. Contra esa grosería política se formó Gustavo E. Urrutia,
como intelectual y político, desde su solidez profesional; como representante
de una sorprendente clase media negra, cubana y próspera, contra todo
reduccionismo ideológico.
No hay ilustración más vistosa de eso que la colaboración
entre el Booker T. Washington y Juan Gualberto Gómez; intercambiando esfuerzos
para la formación profesional de los negros cubanos, como los cimientos de su
clase media y burguesía. De esa red alternativa, que era de recursos culturales
más que políticos, surgió el elitismo de la Sociedad Atenas; y este elitismo,
el punto de mira de la sociedad negra, con tal que no le jugaran la suciedad
del patrocinio socialista.
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