En aparente sorpresa para muchos,
Maestro fracasó con ninguna victoria en los premios Oscar de 2024; pero la
sorpresa es incomprensible, pues la película no era más que un acto de auto
complacencia intelectual. Desde la incapacidad de Bradley Cooper para superar
su propia excelencia, a sus obvias pretensiones en la dirección; y desde ahí a
un esplendor excesivo del blanco y negro, que ya es tópico en su valor de semi
documental, no dramático.
Junto a eso, los personajes eran
increíblemente planos, ya aplastados por el bajo contraste de su fotografía;
pero sobre todo por el carácter apologético y discursivo, recitativo incluso,
de una biografía sin profundidad. No puede haber profundidades ni dramatismo
más llamativos que el de la sexualidad de Leonard Bernstein en su tiempo;
tampoco del tránsito de Felicia Montealegre, atravesando los corredores de esa
atracción, sin dudas maravillosa.
Solamente esos elementos brindan
la profundidad existencial que la película requiere, pero que el guion
increíblemente ignora; y desde ahí en adelante, todo no pasa de ser el regocijo
colectivo de un grupo de quimeras hollywoodenses. No importa si Maestro fue la
apuesta de Netflix contra la tradición de Hollywood, es también su producto;
como el hijo adolescente que se rebela contra sus padres, exhibiendo el dineral
que hace en sus gigs tecnológicos.
Para su asombro, sólo la economía
primaria de la industria garantiza producciones decentes, no importa si
predecibles; que es lo que le da sentido como industria, no la experimentación
festinada de jóvenes que creen sabérselas todas. Esta trifulca contra
Hollywood, que resuelve Hollywood siempre a su favor, es así como la de la
economía; en que el exhibicionismo tecnológico olvida su dependencia de los
panaderos y barrenderos de la localidad.
Los lumínicos de Spielberg y
Scorsese en la producción alimentaron las expectativas de una falsa cultura
cinematográfica; pero resultaron en lo que eran, un grupo de machos auto
complaciéndose, a ver quién la tiraba más lejos. Esa es el intelectualismo y
artistaje —no la intelectualidad ni el arte— contemporáneos, que ya no son ni
postmodernos; y vuelve los ojos esperanzados a una industria que muestra su
fortaleza, no importa su corruptibilidad natural.
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