El problema con la revolución cubana
es que, como toda, se justifica a sí misma y en sus propios parámetros; de modo
que reordena la historia, en una comprensión que la justifica trascendentalmente,
igual que las religiones. De hecho, todo esto ocurre a partir de la Modernidad,
en que la política asume el carácter doctrinario de las religiones; y con ello
asume la función super estructural que les es propia, despojando a la cultura
de su valor existencial.
Respecto a la revolución cubana,
esto significa su reordenamiento de la historia en un sentido ideológico; que
funcionando como un mito fundacional, la va a legitimar en su comportamiento
político como trascendente. El problema de todas estas justificaciones, es que
son propias del trascendentalismo histórico de la tradición idealista; y en
ello no comprenden el problema básico de la dialéctica, como reducción maniquea
de la realidad, que en ello no puede comprenderla. En este caso específico,
porque desconoce las determinaciones de lo real, en su compresión de lo
histórico; quedado como político antes que existencial, violenta las
determinaciones efectivas de esa historia, en la ideología.
De cualquier modo —y consciente o no—
este es un proceso político con repercusiones existenciales, no a la inversa;
que así va a responder a las determinaciones políticas —no existenciales— de la
sociedad cubana, distinta de su cultura. La cultura y la sociedad cubana
divergen desde la misma determinación de la segunda, en la gesta de
independencia; que desconociendo la voluntad popular del país en su relación
con España, impone el nacionalismo como principio fundacional.
El problema es la violencia
intrínseca a la cultura política cubana, desde el origen en el voluntarismo de
sus patricios; que como verdaderos señores de la guerra, van a dirimir sus
diferencias con esa violencia y la manipulación popular. Esto, sumado a la
creciente diferenciación racial de la economía, acrecentará esas
contradicciones ya típicas; que revienta en conflictos sistemáticos, como las
sucesivas revoluciones y golpes de estado, comenzando en 1906.
En estos conflictos, destaca la
Masacre de 1912, que culminó sangrientamente al Partido Independiente de Color;
imponiendo un giro que marginará definitivamente a los negros, como fuerza emergente
en la tradición política; y cuyo desarrollo, bien que contradictorio y difícil,
había llevado a uno de ellos a la presidencia del senado. Los negros desde entonces
tienden a integrar las filas del Partido Comunista en política, que sume su patrocinio;
como es propio del liberalismo moderno, en tanto lo subordina a su propia causa
política contra el capitalismo.
Este es el estado nacional en el que
triunfa la revolución cubana, pero —al menos en principio— como una revolución
burguesa; que se da contra la dictadura de Fulgencio Batista, por parte
precisamente de esa alta burguesía, por su carácter popular antes que populista;
como sí es en efecto esa burguesía, en su contradicción de este carácter
popular de la política que eructa con la violencia batistiana. Véase que el
mismo proceso revolucionario es tan violento como el batistiano, sólo que
justificado en su trascendencia; que es donde las fuerzas comunistas lo copan,
organizándolo ideológicamente, en el mismo sentido de la teología cristiana.
En este sentido, el avance de los
negros se ve definitivamente interrumpido, por la fuerte corporativización política
de la sociedad; que respondiendo a las directrices políticas del comunismo, no
permite desarrollos individuales como los que lo habían permitido. Eso no se
debería a un carácter racista propio de la revolución, pero sí a la naturaleza
racial de su burguesía; que siendo la que alimenta la revolución e integra su
estructura política, reproduce el comportamiento típico.
Este proceso es además interno, no
visible al mundo exterior a Cuba tras la cortina ideológica del socialismo; que
en su lucha contra el capitalismo, se subordina todas las contradicciones
propias de la sociedad moderna. Es así que, alineada al anti capitalismo
liberal, la emergencia política del negro norteamericano no accede a esta
realidad; teniendo que lidiar contra su patrocinio por ese liberalismo, que lo
subordina a sus propios intereses políticos.
En todo caso, la ineficacia del gobierno
cubano no sería ideológica sino práctica, por su incapacidad económica; y esto
es lo que lo hace políticamente ilegítimo, al justificar esta incapacidad en la
ideología sin resolverla efectivamente. Sería en esta contradicción que los
negros sean especialmente afectados, dada su propia precariedad política; en la
que carecerían de los recursos necesarios para sobreponerse a la misma, por la
desproporción endémica de su pobreza; que predando a la revolución tenía alternativas
individuales, frustradas en esta fuerte corporatividad del socialismo.
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