Monday, November 25, 2024

Frantz Fanon contra la Negritud, la máscara

Si Leopoldo Sedar Senghor es la figura capital a la Negritud, Frantz Fanon es la reacción que trata de hacerla revolucionaria; esfuerzo en el que termina por disolverla, porque precisamente ataca la excepcionalidad que le da sentido. La dinámica de Fanon en este sentido reproduce la del comunismo confeso, como en el caso del haitiano René Depestre; pero es más interesante que este, porque su anti-culturalismo es seudo culturalista, en su diagnóstico psicológico del problema político.

Para empezar, es imposible un anti-culturalismo que no participe del culturalismo que se critica, como su determinación; baste para la sospecha el elogio de Jean Paul Sartre, el blanco que racionaliza la poética de Senghor, subordinándoselo. Igual que con Senghor, Sartre se apodera de Fanon en el prólogo a Los condenados de la tierra, imponiendo su exégesis; que responde a ese falso universalismo de la determinación política, a la que reduce al Marxismo incluso desde lo económico.

De hecho, la crítica de Fanon a Senghor —sobre la idealización del pasado africano— es errónea e incomprensiva; pues aunque Irracionalista no es romántica, y aún el romanticismo no es historicista sino referencial en su reflexividad. Este tipo de reducción es recurrente, debido precisamente a esta incomprensión de ese objeto, en su extrapositividad; esclareciendo su incapacidad, tanto para comprender a lo real, como para proveer una solución viable a sus contradicciones.

Como en un acto de burlas (¿MogiNganga?), Fanon viste la máscara negra sobre el espíritu blanco del Marxismo; y da lecciones —bien que poniendo el cuerpo como praxis neocrística— de cómo los negros no deben ser negros sino proletarios. Desgraciadamente, Fanon no cuenta con la referencia del liberalismo inglés, que da alcance existencial a W.E.B. Du Bois; toda su vida es de una praxis pura, que no le permite asomarse a los paradójicos muros de la historia, sino sólo padecerla, a sus pies.

De ahí su entusiasmo poético con el segundo verso de La internacional, que todavía conmueve hasta a sus víctimas; más aún a una sensibilidad revolucionaria y práctica, no intelectual, que se agota en la experiencia del más puro existir. El error está en darle connotación intelectual, al gemido del esclavo que no logra cimarronearse, creyendo en el contra mayoral; ese Sartre de Marxismo ladino —no teórico sino político—, como monje que hilvana sutilezas teológicas sobre la virginidad mariana.

Los libros de Fanon son así sólo manuales de teología revolucionaria, su referencia es la moral y no la inteligencia; y nada puede la Negritud ante eso, porque no se trata de una realidad sino de una necesidad, supuesta en tanto formal. La Negritud en cambio es otra extensión, no necesaria sino posible en su propia formalidad, que por eso no es constrictiva; en vez de al dogmatismo racional, responde al probabilismo irracionalista, no a la psiquis sino a la poesía, como poética.

Fanon tiene sin embargo un valor capital, potenciando la densidad hermenéutica, aún necesaria, al contradecirla; una función que se torna más amable en ese seudo culturalismo anti culturalista suyo, en vez de la aridez política de Depestre. Después de todo, Fanon no discursa a los condenados de la tierra sino a sí mismo, como otro más entre ellos, esperanzado; mientras Depestre participa de ese elitismo de la burguesía mestiza haitiana, sin el nivel de praxis que exhibe Fanon.

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