Friday, March 15, 2024

Gustavo E. Urrutia y el ni tan extraño caso del conservadurismo negro en Cuba

Martín Morúa Delgado puede ser la personalidad negra más dramática en Cuba, con su importancia y profundidad; pero este dramatismo tiene un sentido histórico, dado por la confrontación política con los Independientes de color. Más interesante, aunque menos llamativo, sería el caso de Juan Gualberto Gómez, con su asociacionismo negro; también Gustavo E. Urrutia, con su conservadurismo desconfiado y su racionalidad de clase media, descollando en prosperidad.

Todos —pero especialmente Urrutia— tienen en contra ese conservadurismo, que los hace réprobos al espíritu revolucionario; puede que —pero nadie sabe— porque en su funcionalidad antropológica evidencie la disfuncionalidad política del otro. En definitiva, el liberalismo es paradójicamente conservador, con su énfasis en la conservación del estatus quo; que es la sociedad como estructura última de lo humano, en un valor propio que la sobrepone a la cultura. En contraste, el conservadurismo negro es funcional en su naturaleza antropológica más que política; respondiendo a su intrínseca precariedad en este sentido, aún si confluyendo por esto con el conservadurismo clásico; que sí es político, por su determinación directamente económica, y basado en la estructuralidad de lo social.

Eso es paradójico como principio, pero no en la realidad en que ocurre, como expresión de la clase media; con la aglomeración de una aristocracia resentida en el absolutismo del Versalles del siglo XVII, con tanto tiempo disponible. Eso, en el entorno de una nueva economía, que extiende en la modernidad la estructura del clientelismo feudal; con una cultura de consumo, en la que el corporativismo económico subvierte y corrompe al industrialismo; en el juego de manos en que se sustituye a la aristocracia tradicional por la financiera, en su aseguramiento del capital.

Nada de eso tiene que ver con la cultura negra, que emerge en Cuba como de servicios, subordinada a esta decadencia; pero sí la condiciona en esa precariedad primera, en que la persona concreta debe velar por su subsistencia. Esta sería la explicación de ese conservadurismo, incomprensible al suprematismo moral revolucionario; extendido en el patrocinio de las clases pobres en otra forma de determinismo, también racial en ese suprematismo.

En definitiva, el liberalismo comprende sus propias determinaciones, pero no las de la raza negra que patrocina; y a la que reduce a esa pobreza de casta, con esa dificultad del idealismo para comprender la singularidad histórica. El problema del conservadurismo en general, sería que parte de una contradicción del liberalismo como premisa; que es falsa, porque ambas son expresiones de la misma estructura económica, distorsionada por las presiones políticas.

De ahí deviene en la reducción moral, que presupone una identidad política propia de los negros, en tanto pobres; que es ofensiva, basándose en su patrocinio por la contradicción liberal, no menos supuesta que su mismo liberalismo. Así, al negro conservador se le tiene universalmente como desclasado, condenado a la fatalidad del proletariado; que en el racismo progresista, podría escalar a pequeño burgués, pero a costa de su legitimidad.

Por eso, el mérito político de estos negros es deslegitimado por principio, sin reconocerle alguna posibilidad; desechando incluso —como supuestamente individualista— el esfuerzo familiar y comunitario que los construyó. Contra esa grosería política se formó Gustavo E. Urrutia, como intelectual y político, desde su solidez profesional; como representante de una sorprendente clase media negra, cubana y próspera, contra todo reduccionismo ideológico.

No hay ilustración más vistosa de eso que la colaboración entre el Booker T. Washington y Juan Gualberto Gómez; intercambiando esfuerzos para la formación profesional de los negros cubanos, como los cimientos de su clase media y burguesía. De esa red alternativa, que era de recursos culturales más que políticos, surgió el elitismo de la Sociedad Atenas; y este elitismo, el punto de mira de la sociedad negra, con tal que no le jugaran la suciedad del patrocinio socialista.

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