Thursday, January 16, 2014

¿Acerca de la cultura del libro?

Desde hace poco tiempo, las redes interesadas en literatura son sacudidas por un artículo originalmente aparecido en el número de primavera de la Virginia Quaterly Review del 2013; el artículo está firmado por Richard Nash, y es traducido por Marcos Pérez Sánchez, y es muy interesante por su optimismo aparentemente sano y comedido; lo que referente a la decadencia o no de la cultura del libro es ya una ganancia, visto que todos los criterios sobre la misma son radicales. El artículo afirma que la cultura del libro en esencia no corre peligro, dado que no se contradice con el desarrollo tecnológico; por el contrario, afirma, el libro y su correspondiente cultura han estado a la cabeza del desarrollo tecnológico, incluso imponiéndolo muchas veces. Como ejemplo, el artículo cita el caso de los supermercados y su sistema de estanterías de autoservicio y pre-empacado; que puede ser una afirmación un poco excesiva, pero que sin dudas refleja la capacidad del libro para estar a tono con el momento, como resultado lógico de la tecnología.

Esa sería la leve contradicción de las afirmaciones de dicho artículo, que el libro reflejaría la época como su producto natural; y que por lo mismo, una vez superada esa época por el desarrollo exponencial de esa misma tecnología, el libro puede resultar tan obsoleto como la tecnología a la que responde. En efecto, el artículo padecería del reduccionismo típico del culturalismo norteamericano; esto es, la linealidad de la lógica aparente, que no comprende nunca la exponencialidad de los desarrollos en ese movimiento diacrónico de la dialéctica, que es espiral. Es decir, el artículo, a pesar de su serenidad aparente, es también de un optimismo enfermizo, que le hace pecar de insuficiente, por lo mismo que fallaron la teoría del socialismo y la del neo-liberalismo capitalista. La falacia del artículo de Nash estriba en su creencia de que el mercado mismo de la cultura genera cultura, que es una falacia del capitalismo corporativo; ya que si bien eso se cumple en principio, no tarda en corromperse al distorsionar las relaciones económicas del proceso de producción de arte con la vanidad de los entes comprometidos. Por supuesto, en esa misma falacia se esconde la otra básica del Capitalismo, que cree que el dinero es el único valor transaccional de los sistemas económicos; cuando la vanidad y la sensación de poder logran a menudo centrar la transacción como su objeto, ya desde la ambigüedad con que se relacionan en principio con el dinero; pero del que no tardan en disociarse como un valor singular y distinto, gracias a las dinámicas mismas del mercado. Así, contra la teoría de la creación continua de cultura se alzaría la realidad de su banalización constante y más veloz que su nivel de creación; a través de esos círculos concéntricos que se forman alrededor del autor —como figura económica él mismo—, que de ser sobredimensionado por la maquinaria mercantil pasa imperceptiblemente de ser adulado a ser emulado.


Es aquí donde la misma dinámica del comercio atentaría contra los procesos artificiales de creación de cultura, con la saturación de oferta; que redunda necesariamente en una desvalorización económica del producto, incluido ese sentido no tangible del valor moral con que se satisface la vanidad. Al final, la manipulación del mercado por la creación de los imperios empresariales se volcaría contra la consistencia de esos mercados mismos; como se ha podido apreciar en el desarrollo de las redes sociales, capaces de diluir el talento —que es la capacidad de crear contenidos— en la banalidad de la recompensa inmediata… y efímera. Peor aún, cuando en su propia negativa a lidiar con la precariedad de su situación, los creadores se sujetan a las burocracias gubernamentales con subsidios y protecciones institucionalistas; lo que no es una condición privativa del libro como objeto cultural o tecnología sino de esa cultura misma en la que se produjo y alcanzó una apoteosis, abriendo la interrogante por el nivel de singularidad a que da lugar en su decadencia.

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