Poética de Francisco Muñoz Soler
En todo caso, esto explica los casos
intermedios, en que el verbo occidental deviene calmo por la fuerza reflexiva
de Oriente; en figuras como Jalil Gibran, que rebasa las fronteras del
aforismo con la belleza de los excesos gratuitos que encontrará el modernismo
europeo. Ese es el caso de una poesía como la de Francisco Muñoz Soler, como no
puede ser de otro modo además; no porque él participe de esa ambivalencia
formal, sino que la porta y la crea en sí mismo, en su propia naturaleza.
De ese modo, Soler no decae nunca en su
verso al profesorado exhibicionista, que retrae modesto a sus materias; sino
que se permite el juego gracioso con la imagen, como el más tradicional de los
poetas que se gasta Occidente. Al mismo tiempo, sin embargo, puede hacerlo con
ese comedimiento del haikú, en el más estricto verso blanco; en lo que si bien
es un oxímoron, explica esa equívoca ambigüedad de que se hablaba al principio.
Esa es la razón de que se citara a Gibran,
no por cultismo, sino para ofrecer una referencia; que explicando esta
singularidad de Muñoz Soler permita comprenderlo mejor, en ese propio sentido
suyo. Eso también explicaría la huella constante de María Zambrano, cuyo
pensamiento es están especial a la poesía; como reparando aquel rechazo primero,
de la ofrenda modernista a los pies románticos de España; tan distinta en su
afrancesamiento del intelectualismo inglés, pero por ello mismo más desmesurada
en su hermosura.
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Así también, la poesía de Muñoz funciona
por esa parquedad de una línea sobria, que consigue explotar la imagen; no en
el dramatismo —lo que es asombroso— sino en el recto sentido, con que asombra
más aún que si fuera dramático. Esa es la secreta diferencia de uno y otro lado
de esa frontera cultural, y pocos son los que pueden cruzarla; porque, como los
picos altos de los Pirineos esconden la complejidad europea, estos esconden la
humana; más grave aún, la de la humana expresión, que ha de resolverse siempre
en una forma, y esta ha de ser hermosa y con sentido.
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Es de ahí de donde proviene este aspecto
de oxímoron, de toda explicación que se atreva con esta poética; que si bien es
una antología y no una teoría estética, tiene en su ligereza esa misma densidad
en su atrevimiento. Este es en todo caso, uno de esos raros libros que exigen ser
regalados a amantes y amigos, como muestra exacta del afecto; porque depara
momentos de dulce abandono, a ese estado de la felicidad que es la buena
lectura, como culminación apoteósica de toda existencia y relación. Este libro maravilloso y bello es también un I-Ching, en ese orientalismo de libro de libros
que registra los cambios (Borges); porque se trata de una antología, que recoge
en su ramillete todos los poemas del autor desde el 2016.
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