Saturday, February 26, 2022

María Elena Cruz Varela, la hija de Eva

Contrario a la mayoría de sus contemporáneos, Cruz Varela no apuesta nunca por una poesía intelectualista; sino que recoge la cuestión de la naturaleza, ahí donde murieron las postmodernas, y sigue hilando el grave problema de la existencia. Por eso, aunque su poesía se define en el uso sin sonrojos de la primera persona del singular, no es por el egocentrismo habitual; sino en la propiedad del sujeto que se asoma al mundo como al abismo, para que este lo vea mientras él mismo lo observa.

Es por esta relación compleja con el mundo como su objeto, que la poética de Cruz Varela usa motivos clásicos; pero sin que sea por ello clasicista, en ese sentido del estilo que se amanera, sino por el sentido profundo de estos. Así, puede ser Antínoo, comprendiendo la tragedia del hombre al que le ha fallado el mundo; y puede ser Helena, renegando de la violencia que se derrama en torno a ella.

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En todos los casos, el motivo es la hondura antológica tras el tema y no el tema mismo, que puede ser intrascendente; pero que en esta simpleza del gesto mismo contiene toda la trascendencia del mundo, en la tragedia que refleja. Esa peculiaridad es lo que le otorga claridad y esplendor a su poesía, en el alcance existencial de su función reflexiva; resuelta sin esos discursos que plagan a la poesía contemporánea, desde que el intelectualismo desplazara —con su falta de fe— el sentido que es propio de lo real.

Esta poesía sin dudas es, así y por ello, la manera más bella y generosa de ser modesto, aunque resulte incomprensible; después de todo, se trata siempre del gran misterio del hombre en el centro de la realidad, y su compleja relación con ella. Este dramatismo profundo es también el que la establece a ella como su gran sujeto, pero en el mismo sentido de sus motivos poéticos; toda la humanidad concentrada en un complejo de valor ontológico, que rezuma cuestionándolo todo en cada verso; no por resentimiento moral o inteligencia —aunque pueda parecerlo—, sino realidad puntual que habla con la realidad del universo.

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Este sujeto que es Cruz Varela, es el que es hija de Eva, título de su tercer poemario, (Julián del Casal, 1990); y a la vez la explica en ese esplendor del verso, como continuidad de las poetas postmodernas, en que maduró Eva. Es decir, se vuelve a tratar, como siempre, de ontología y hermenéutica, como función reflexiva del arte en su valor existencial; recogiendo el batón directamente de aquellas mujeres en que se emancipó la femineidad como naturaleza, aún incomprendida.

Es decir —de nuevo—, se vuelve a tratar de ontología y hermenéutica, pero más allá de la puntualidad casual de su mismo sujeto; para recoger en ella otro paso fatigado de la humanidad, que incomprendida acompaña al hombre en su experiencia. En ese sentido, el problema de Cruz Varela es el problema mismo de la existencia, en las contradicciones que plantea desde el inicio de la cultura; por eso su primera referencia es ontológica, y se refiere al primer momento que es Eva, como segundo desde la negación de Lilit.

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Eso fue lo que maduró en las postmodernas, como residuo del amaneramiento intelectual en los modernistas; y que por eso se refleja en la violenta sensualidad que las hiciera luminosas y dramáticas, en su tragedia existencial. La poesía de Cruz Varela no siguió el curso común, de sometimiento al amaneramiento intelectual; por el contrario, insiste en su singularidad preciosa, la sopesa en su ductilidad, y le halla la función en esta insistencia. Por eso, como poca otra poesía, ofrece pistas para la vida, no desde la supremacía moral sino desde la modesta naturaleza; en un gambito paradójico, porque hay que ser muy fuerte —y ella lo es— y tener mucho carácter, para poder tanta modestia.


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