Por el amor de Lucrecia
Ignacio T. Granados Herrera
En un viejo y oscuro test de psicología popular, la imagen asociada a la
muerte es la de una mujer por la que se le pregunta al sujeto; por supuesto, no
hay que ser Simone de Beauvoir para saber que eso está determinado por la
hetero normatividad masculina de la cultura occidental; pero igual no es de eso
de lo que se trata, sino del significado recurrente detrás de esa asociación.
En efecto, la imagen responde a un escondido conflicto de los arquetipos con
los que se conforma la ontología occidental; que en el mito bíblico está dada
por la relación del Ser con su naturaleza, que son Adam y Eva, como el Bien
(Eu) y la bondad (Eua) que implica. El conflicto viene porque esa
ontología, que el cristianismo heredó de la cultura judía, oculta otra
ontología ancestral; esta es, la de las tradiciones del Sumer, que sería sobre la
que la cultura judía se organice como un cosmos. En esa otra tradición, antes
que del Ser y su naturaleza, la relación no era subordinada, por lo que se
entiende que era del Ser con la realidad; pero no una realidad subordinada como
la de la cultura, sino una realidad sobrepuesta al hombre, y que incluso se
niega a subordinársele.
No será casual que ese sea el mismo conflicto que se aprecia en la caída
de Luzbel, el ángel de luz que se niega a subordinarse al hombre; y que,
tipificado como un acto de soberbia, explicará esa frustración de los que así
serán excluidos del nuevo orden, y quedarán salvajes en su libertad. Sin
embargo, Lilit como la realidad salvaje (prehistórica) tiene la potestad de la venganza, y la
ejerce viniendo como un súcubo a derramar la simiente del hombre en las noches;
y cuando esta simiente no se ha derramado en balde, todavía ella viene a por
sus hijos, que arrebata con una muerte súbita. Este es sin dudas el arquetipo
tras ese terror subconsciente al que se alude en el citado test de psicología
popular; y sin dudas está tras muchas de las historias de terror de la
literatura moderna, como la de La dama de negro (Susan Hill, n. 1942). Sin
embargo, personalmente no asocié nada de eso a Lucrecia, el personaje de Chely
Lima (Lucrecia quiere decir perfidia) de modo natural; solo cuando vi la
película El lado oscuro del corazón, y asocié esa presencia de la muerte como
figura poética con la actuación de Jessica Lange en la biopic de Bob Fose All
that jazz.
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En ese momento comprendí el tremendo atractivo de la figura de Lucrecia
y su franca obscenidad, como esa potestad del sexo femenino; que si bien
domesticado a lo largo de toda la cultura judeo cristiana de Occidente, lleva
en su interior esa facultad del animal salvaje. Es esa sensación de peligro
hondo lo que hace tan atractivas a las mujeres, no importa el género con el que
se identifiquen, que es otro conflicto; incluso cuando un hombre se identifica
como mujer y actúa en consecuencia, no exhibe esta potestad, que es la del sexo.
La obscenidad de Lucrecia es como la última carcajada de Lilit, que observa
burlona el temor con que Eva pisa a la serpiente mientras la serpiente le
muerde el calcañal al hijo; porque en últimas, todos los hombres son en verdad
los hijos que Lilit reclama en su voracidad, como se ve en la repentina
debilidad con que se le rinden; mientras ese maltrato recurrente a la mujer que
se decide sumisa es como un rencor, porque esta falsa naturaleza es más bien el
obstáculo que se antepone con la libertad salvaje del amor de Lilit.
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