The Shame
Por Ignacio T. Granados Herrera
El Centro Cultural Español de
Miami (CEE) está circulando las invitaciones para un próximo encuentro entre Leonardo
Padura y Jorge Perugorría; ya antes fue muy promovida la exitosa puesta en escena
de Antigonón, por el grupo de teatro cubano El público. No hay en todo este movimiento
nada que provenga del arte independiente cubano, todo lo que se presenta está
financiado por el gobierno cubano; es decir, está claro que se trata de una campaña
muy coordinada de exportación de la cultura oficial cubana. Curiosamente, el
éxito del grupo El público se da en el mismo lugar en el que el movimiento
teatral apenas sobrevive por su precaria circunstancia; por lo que todo parece
mejor coordinado aún, en este marco de acercamiento entre los gobiernos de Cuba
y los Estados Unidos. Pareciera inusitado que algo tan banal como la
programación de teatro y un conversatorio tengan tales alcances políticos; pero
para los que conocemos la realidad cubana eso no es extraño, y es por tanto
lógico que levante suspicacias.
En verdad, cualquier suceso de la cultura local
pasa en Miami sin penas ni gloria, ignorado por la prensa local; que sin embargo,
acta con total normalidad, incluso pareciendo espontánea, con todo lo que viene
de Cuba. Es apenas normal la sospecha de
que se trata de orientaciones venidas desde arriba, una noción que al
norteamericano común debe parecerle absurda; pero no a quienes crecieron en Cuba,
donde la inmovilidad es el estado natural del país, pues todo el mundo debe
esperar a que las orientaciones lluevan desde arriba; incluso esos de arriba,
que siempre tienen a otros más arriba y de los que dependen, en esa aberración
corporativista del estado medieval cubano. Esa realidad es amarga, pero es
también inevitable, y es sobre todo culpa de una ciudad que se deja hacer todo
lo que le dé la gana al macho abusador; porque aunque es evidente la movida de
campaña publicitaria, masiva incluso, pero que sólo es posible sobre el vacío y
la inconsistencia de una identidad local.
En principio, el acercamiento
entre los gobiernos de Cuba y los Estados Unidos parecía un buen augurio para
la realidad local; era un saneamiento de la cultura política en que ambos
países se relacionaron tradicionalmente, culpándose mutuamente por el desastre
nacional cubano. El movimiento sin dudas es todavía de buen augurio, pero para
la cultura política estadounidense, que se ha desembarazado del gólem de la
oposición al comunismo; pero no para esa realidad intermedia de un exilio que
ha ido derivando imperceptiblemente en mera migración económica, con su
consiguiente pérdida de identidad. Tampoco eso es culpa de más nadie que del
propio exilio, que se dejó corromper en la manipulación de un discurso;
haciéndose así una entidad equivalente al gobierno cubano, sólo que sin su
consistencia, sin su formación sistemática de generaciones y sin su cultura
propia. Es decir, el exilio persistió en
comportarse como la imagen del gobierno del que huía, lo que es una aberración;
de ahí la distorsión de esta realidad, en que el exilio ha sido incapaz de
crear una fuerza cultural propia.
Ese es el vacío sobre el que se ha expandido
de forma natural la agresividad también natural de la cultura cubana; que sin
darle un chance al mundo extra oficial, acapara todas las posibilidades, con
todo y lo que eso implica. Obvio que eso es una movida sucia del gobierno
cubano, pero eso es lo natural en el mismo, de ahí la razón del exilio; sin
embargo, esa misma suciedad se traduciría en la inconsistencia con que ese
mismo exilio ha permitido el secuestro de su expresión cultural; y que
perpetuando la cultura de confrontación no ha permitido el desarrollo natural
de una cultura local. Desgraciadamente, este es el curso abierto por el goteo
constante de quien no ha tenido lo suficiente para crear algo aquí cortando sus
lazos con el oficialismo cubano; y que es una ambigüedad mucho mayor que el
esfuerzo genuino por romper el control oficialista con el empoderamiento de
individuos claves, que al final resultan igual de ambiguos e inconsistentes en
su egoísmo. Lo que es una pena es que la gente se conforme con tan poco como un par de aplausos que le permitan seguir alimentando su vanidad; también que toda una población permita que semejantes personajes sean los que lo representen, explicando su propio fracaso existencial
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