El maravilloso cuanto
Por Ignacio T. Granados Herrera
La afirmación de que la
literatura suplía una reflexión necesaria sobre la determinación trascendente
de la realidad, es por lo menos compleja; se refiere al otro problema del inmanentismo
moderno, que resolviendo a la filosofía en escuelas racional positivas, sólo
accede a una comprensión parcial de la realidad; naturalmente complementaria al
trascendentalismo premoderno, resuelto por lo general en filosofías religiosas
o de la religión. La literatura así habría llenado el vacío reflexivo de la Modernidad,
al resolverse en una suerte de realismo trascendental; que obviamente opuesto
al idealismo filosófico era así capaz de complementarlo, en esa dicotomía
habitual de razón y sensibilidad. Claro está, si la naturaleza reflexiva de la
ficción literaria era un realismo trascendental, su mejor cumplimiento habría
sido el llamado realismo mágico; ya que ese elemento mágico habría sido la capacidad
figurativa adecuada para representar el sinnúmero de determinaciones con que la
trascendencia acudía a lo real, en la realización de sus fenómenos.
Eso hace comprensible la otra afirmación
de que los avances científicos habrían hecho obsoleta la reflexión literaria;
ya que la ficción no sería más un soporte necesario para comprender esa minuciosa
y compleja determinación de lo real. De cierto, no hay ficción que pueda
superar el vértigo de la continuidad espacio temporal, ni la formulación
matemática de los problemas físicos; que es por su parte una de las
conciliaciones más importantes de la historia de las prácticas reflexivas, desde
que Aristóteles disintiera del abstraccionismo pitagórico de Platón; ya que fue
esa atracción suya por la física la que lo conciliara con las búsquedas
originales del fisiologismo, interrumpidas por el orientalismo religioso de
Pitágoras. No obstante, esta otra afirmación es peligrosa en su sutileza, además
de compleja, sugiriendo el equívoco de una equivalencia excesiva; en que como
representación de lo trascendente de la realidad, lo mágico se correspondería con la otra
complejidad de lo cuántico, relativo en definitiva a las primeras
determinaciones de lo físico.
No es que no sea así, sino que la equivalencia no sería puntual y
exacta sino sólo de principios, ya que al fin y al cabo se trata de una
representación; que en realidad se
refiere a la función reflexiva, resuelta primeramente en las prácticas religiosas,
que serían las que se relacionen con lo cuántico como metafísica. Está claro
que al referirse a los fenómenos sobrenaturales, la metafísica se refiere a las
determinaciones de la naturaleza; que por ello le estarían sobrepuestas, aunque
sea como principios suyos, sólo separados o abstraídos de la misma en su
reflexión. El problema es que la literatura sólo tiene valor reflexivo por
defecto, en su propio carácter formal; y con ello la capacidad de
representación, según un imaginario recurrente, sugerido o determinado por la
cultura como su entorno peculiar. Sin embargo, en el caso moderno, esa
capacidad formal estaría subordinada al individualismo también moderno; que la
derivaría en discursiva antes que en reflexiva propiamente dicho, aunque por
sobre la conciencia con que el individuo establece su discurso se encuentre el
subconsciente, más objetivo en su propia comprensión de la realidad.
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Es decir, es posible establecer
una conciliación cosmológica en todas las tradiciones literarias premodernas;
que en definitiva son aplicaciones dramáticas de sus respectivas doctrinas religiosas
como racionalizaciones más o menos excelentes del universo humano; pero no es
posible hacerlo con las literaturas modernas, que sólo tendrán alcance
universal pero no ese valor inmediato, y de hecho lo contradirían de continuo.
El valor del realismo mágico habría sido entonces precisamente haber derivado
su representación a la cultura en su determinación como su objeto propio; de
ahí la eficacia, justo por coincidir con las doctrinas religiosas premodernas,
y por estas tangencialmente con el mundo cuántico. Por supuesto, es igualmente
temerario asumir que las cosmologías son intuiciones más o menos acertadas
acerca del universo cuántico; muy a pesar de que la primera traslación de una
cosmología al interés en la naturaleza externa de las cosas resultara en el
atomismo, tan pronto como en los presocráticos. Sin embargo, lo atinado o no de
semejante formación es otro problema, muy distinto al de una equivalencia entre
la ficción literaria y la física cuántica; que no es que no ocurra, sino que su
recurrencia sería demasiado puntual —y condicionada— para ser sistemática y en
ello interesante como objeto de conocimiento.
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