Sunday, May 31, 2020

Mapa dibujado por un espía

Por Mario A. Adolfo Martí Pérez
Entre los textos inéditos dejados por Guillermo Cabrera Infante al morir, está Mapa dibujado por un espía; una autobiografía novelada, en la que el autor narra su retorno a Cuba, siendo agregado cultural de la embajada del país en Bélgica. El libro describe una Cuba en la que ya es posible el empobrecimiento de la población y los temores ante la represión política; la contrainteligencia, controlada por Barbarroja (Manuel Piñeiro Losada), se dedicaba a remodelar el Ministerio de Relaciones Exteriores, en el que ya Roa y su gente no tenían importancia

La idea era construir una especie de Agencia Central de Inteligencia (CIA) cubana, con la cobertura diplomática; eso no quiere decir que pretendían que todos los diplomáticos cubanos fueran espías profesionales, pero si dominar ese organismo. Para eso tenían que desmontar el servicio exterior de gente con pensamiento independiente, irreclutable según sus parámetros; primero los intelectuales, que eran en su mayoría agregados culturales. 

Un intelectual, por definición no es confiable para un centro de espionaje; y en esa depuración cayó mucha gente, Adolfo Martí (mi padre), César López, Pablo Armando Fernández y Guillermo Cabrera Infante, entre otros muchos. Se llamó a consulta a decenas de diplomáticos, y se les dejó en Cuba con pretextos burdos; que muchas veces terminaban en procesos groseros, y sobre todo traumáticos. 

El libro no puede ser considerado literatura cainiana en sentido estricto, o no está a la altura de otros textos del autor; no es Tres tristes tigres o La Habana para un infante difunto, es un descuidado relato de vivencias; como una panorámica desde balcón de su apartamento de lujo, sobre La Habana en 1965; esa mirada particular de su autor sobre un mundo en erupción, que de algún modo recuerda a Memorias del subdesarrollo.

Existe una enorme contradicción, entre los recuerdos del escritor y los de otro del común, sobre aquella Habana de 1965; no porque una de las dos partes mienta, sino simplemente porque la ven desde ángulos opuestos. Cabrera Infante llegó a una Habana deslumbrante de fines del cuarenta, y a base de talento evolucionó como un huracán; de residente en un solar de la calzada de Zulueta a escritor de éxito, que podía comprar una propiedad horizontal en el edificio de 23 y M, el recién inaugurado Seguro Médico; manejaba un auto convertible del año y disfrutaba de todo lo humano y divino de aquella ciudad de ensueño.

Para él todo en La Habana a la que regresaba era, parafraseando a Neruda, naufragio revolucionario; para cualquier otro también, pero era así mismo un mundo inconmensurable por descubrir, llena de filin, sofisticación y misterio. Aun La Habana se negaba a morir, muchos apenas subían la escalera que Caín (Cabrera Infante) bajaba; para esos, el cataclismo fue la Ofensiva Revolucionaria de 1968, luego de la cual la ciudad sucumbió sin dejar rastro visible hasta hoy en día.
Es, sin dudas, una lectura apasionante y muy recomendable.

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