Wednesday, May 13, 2020

La canción del emigrante, de Carlos A. Díaz Barrios

Por Bárbara Teresa Suárez

Regreso de Miami a Casablanca, en avión, leyendo un libro. Un libro que es una canción, una canción de un emigrante, como yo, solo que él hace su viaje en tren, cruzando fronteras, y encontrando gentes. Por eso su viaje aunque sí me cuenta desencuentros, historias terribles que me dicen de soledad y angustia, es un viaje de imágenes, de encuentros. Ese tren sucio que trasporta ganado, tiene un alma tierna y humana.
La composición de la canción me recuerda las Cántigas, esas de escarnio, que nos cuentan algo, en este caso de un camino y con un trovador que va dando el ritmo que tiene un viaje. Ese viaje terrible del ganado hacia el matadero sucede en una geografía específica que viene dada por algunas palabras como: azogue, mezcal, muchachas de rostros chatos primero y después por la cita de lugares en México: Hermosillo, Sonora, Tijuana y algunas características del territorio como el desierto, los cactus, etc.

Yo lector, voy en ese tren. Es imposible no hacerlo, es muy descriptiva la historia y esas claras imágenes que me meten dentro la narración y me hacen visualizar, de tan cercano, todo el entorno, me llevan a símbolos presentes siempre en la cosmogonía de Carlos; se encuentran en tétricos y egipcios escarabajos funerarios, por ejemplo. Hay luz y salvación en esa “mariposa esfera de luz” que aunque si pudiera ser una mariposa monarca va acompañada de “gajos de diamantes”. 
No solo hay un espacio en la canción de Carlos, hay un tiempo. Un tiempo de primeros tiempos, dado por putas que viajan en un vagón acompañándose de un piano para un burdel, y jugadores de póker, y navajas. El hombre solo que describe el viaje tiene bien poco para vivir, ese tren es su mundo, su país. Cuando fuma su marihuana siento la presencia de otro Carlos, el Castañeda, que ya no es un perro, pero transporta su esqueleto, se disuelve, pierde el sí mismo y es en su desesperación, en su mugre, en ese no ser nada, en ese llegar al fondo dónde podrá renacer, florecer, como lo hacen las rosas.
A partir de la invocación a Dios el canto se hace más íntimo y lo siento a través de lorquianas memorias como ese cruzar el rio lleno de adelfas o esa sangre con alas bajo el follaje de la tarde. Pasando la frontera comienza este “renacer”, folklórico a veces, carnavalesco otras, con enanos, mujeres que arrastran un altar de la Guadalupe y el viaje fuera del tren, más allá del rio. Siempre huyendo de la patria y con ella a cuestas. No valen la “universalidad” ni el salvavidas regalado, los muchos oficios, lo aprendido, la gente que está peor que uno. Alusiones continuas a una isla que bien conocemos, a una revolución, a unos discursos.

Reseña del libro del opio
El exilio, “esa industria de latas de conservas y artefactos de plástica”, que te ahoga. Papeles, documentos, visados, no te sirven porque las manos están vacías, no hay brazos, se espera solamente la derrota. Es una canción triste, dura, difícil, aparentemente sin esperanza, pero para quien se mete en una bañadera porque la habitación está llena de cucarachas y le da asco o para quien encuentra a alguien desesperado que conoce a Shakespeare y no se arrepiente de tan terrible viaje, habrá siempre una esperanza.

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