The last kindong, últimas partes nunca serán tan buenas (Updated)
Que la última temporada de The last kindong no sea buena es una
exageración, pero no igual mantiene el ritmo; lo que no dice nada del nivel de
la producción, que resulta de lujo hasta en los excesos, como esa recreación
estética en la violencia. Incluso las actuaciones son dignas cuando no
excelentes, que es lo que se esperaba por las precedentes; que sin embargo
tuvieron que enfrentarse aquí a las prisas de una dramaturgia hecha con el
compromiso de cerrar demasiadas tramas.
Ese es un problema hasta de planteamiento, por la presión para que se
concretara esta última temporada; en la que hubo que resumir personajes, naturalmente
complejos por su función dramática. En algunos casos hubiera valido la pena
sencillamente eliminarlos, y no lidiar así con el lastre; como en el caso de
los hijos del protagonista, que se quedan a medio desarrollar, porque no había
tiempo para tanta trama.
De hecho, es obvio que esa fue la opción con el caso del protagonista y la
fortaleza de Bebbamburg; que sin tiempo para resolverse, se queda como una
fracaso del protagonista, sin mayores consecuencias. Ni siquiera ese cabo
suelto era necesario, aunque quedara más elegante y limpio en el cierre; como
un recurso que bien pudo haberse explotado en los otros casos, incluida la
repentina aparición de Sigtryggr.
Otra pena en ese mismo sentido, el personaje capital de Eduardo, rey de Wessex
e hijo de Alfredo el grande; que será muy grande el mismo, pero en la historia
y hasta puede que en la ficción original, no en esta; aquí no pasa de ser un
pusilánime, increíble por demás por la crudeza de los tiempos en que se
desarrolla. Esa no es una falla de la novela original, sino de la innecesaria prisa
de la serie por cerrar sus cabos; cuando pudo haberlos dejado simplemente todos
abiertos, con la promesa a cumplir o no de otras temporadas.
El personaje del rey Eduardo tiene otros defectos, como la obstinación de
hacerlo con el mismo actor; un muchachón con cara de niño, cuya transición sólo
consistió en mantener una expresión adusta en demasía. El resultado fue la inexpresividad
total, como si la madurez se la hubieran inyectado al personaje en forma de bótox;
igual que la hermana, Æthelflæd, señora de Mercia, que pasa de pasional
a reina sobria con la misma inmovilidad del rostro.
En casos semejantes, la competencia de Netflix —como Starz— no dudan en
cambiar de actores; sin siquiera tener que resolver problemas transicionales,
como este del tiempo entre una temporada y otra. Claro que esa competencia
también peca de excesiva, con extrañamientos que llegan a afectar la credibilidad
de su trama; como la colocación de negros en la nobleza
de Isabel de Castilla y Catalina de Aragón, con tensión étnica incluida.
De cualquier modo, nada de eso era necesario, y son además problemas que desequilibran
el producto final; que hasta entonces era incluso preciosista, uniendo a la
riqueza de la producción en general y las actuaciones parejas un tempo propio,
que se recreaba en todo. Quizás hubiera sido mejor no apresurarse tanto, y
dejar al novelista que madurara su transición; que es extremadamente compleja,
porque busca recrear visualmente lo que se ha planteado literariamente.
Se han confirmado los planes para otra temporada de la serie, haciendo más lamentable
aún la presión argumental sobre esta cuarta temporada; de modo que ya lo que
queda esperar es un deterioro progresivo de este aspecto de la serie, ahora
determinada por la voracidad del consumo televisivo. Hasta esta cuarta
temporada, la producción televisiva marchaba a la zaga de la publicación de los
libros en que se inspira; la cuarta temporada es el emparejamiento de esa
carrera, y una quinta temporada es sin dudas el adelantamiento de esa
producción televisiva.
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