Friday, May 1, 2020

The last kindong, últimas partes nunca serán tan buenas (Updated)


Que la última temporada de The last kindong no sea buena es una exageración, pero no igual mantiene el ritmo; lo que no dice nada del nivel de la producción, que resulta de lujo hasta en los excesos, como esa recreación estética en la violencia. Incluso las actuaciones son dignas cuando no excelentes, que es lo que se esperaba por las precedentes; que sin embargo tuvieron que enfrentarse aquí a las prisas de una dramaturgia hecha con el compromiso de cerrar demasiadas tramas.

Ese es un problema hasta de planteamiento, por la presión para que se concretara esta última temporada; en la que hubo que resumir personajes, naturalmente complejos por su función dramática. En algunos casos hubiera valido la pena sencillamente eliminarlos, y no lidiar así con el lastre; como en el caso de los hijos del protagonista, que se quedan a medio desarrollar, porque no había tiempo para tanta trama.

De hecho, es obvio que esa fue la opción con el caso del protagonista y la fortaleza de Bebbamburg; que sin tiempo para resolverse, se queda como una fracaso del protagonista, sin mayores consecuencias. Ni siquiera ese cabo suelto era necesario, aunque quedara más elegante y limpio en el cierre; como un recurso que bien pudo haberse explotado en los otros casos, incluida la repentina aparición de Sigtryggr.

Otra pena en ese mismo sentido, el personaje capital de Eduardo, rey de Wessex e hijo de Alfredo el grande; que será muy grande el mismo, pero en la historia y hasta puede que en la ficción original, no en esta; aquí no pasa de ser un pusilánime, increíble por demás por la crudeza de los tiempos en que se desarrolla. Esa no es una falla de la novela original, sino de la innecesaria prisa de la serie por cerrar sus cabos; cuando pudo haberlos dejado simplemente todos abiertos, con la promesa a cumplir o no de otras temporadas.

El personaje del rey Eduardo tiene otros defectos, como la obstinación de hacerlo con el mismo actor; un muchachón con cara de niño, cuya transición sólo consistió en mantener una expresión adusta en demasía. El resultado fue la inexpresividad total, como si la madurez se la hubieran inyectado al personaje en forma de bótox; igual que la hermana, Æthelflæd, señora de Mercia, que pasa de pasional a reina sobria con la misma inmovilidad del rostro.

En casos semejantes, la competencia de Netflix —como Starz— no dudan en cambiar de actores; sin siquiera tener que resolver problemas transicionales, como este del tiempo entre una temporada y otra. Claro que esa competencia también peca de excesiva, con extrañamientos que llegan a afectar la credibilidad de su trama; como la colocación de negros en la nobleza de Isabel de Castilla y Catalina de Aragón, con tensión étnica incluida.

De cualquier modo, nada de eso era necesario, y son además problemas que desequilibran el producto final; que hasta entonces era incluso preciosista, uniendo a la riqueza de la producción en general y las actuaciones parejas un tempo propio, que se recreaba en todo. Quizás hubiera sido mejor no apresurarse tanto, y dejar al novelista que madurara su transición; que es extremadamente compleja, porque busca recrear visualmente lo que se ha planteado literariamente.

Se han confirmado los planes para otra temporada de la serie, haciendo más lamentable aún la presión argumental sobre esta cuarta temporada; de modo que ya lo que queda esperar es un deterioro progresivo de este aspecto de la serie, ahora determinada por la voracidad del consumo televisivo. Hasta esta cuarta temporada, la producción televisiva marchaba a la zaga de la publicación de los libros en que se inspira; la cuarta temporada es el emparejamiento de esa carrera, y una quinta temporada es sin dudas el adelantamiento de esa producción televisiva. 



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