Sara Gómez
El cine cubano tiene un problema natural de representación racial, dado que
sus directores son mayormente blancos; no sólo eso, sino incluso hombres
blancos, cuya eventual sexualidad quedó reprimida durante los largos años de
consolidación. Se trata por tanto de una mirada, con la excepción ocasional de
Sergio Giral, su único director negro activo; fuera de esta, de signo más
permanente, la otra excepción sería la de Sara Gómez, que además de negra era
mujer.
Es en esa singularidad extrema que Sara Gómez ofrece una perspectiva
singular y extrema, en tanto propia; hasta el punto de torcer el rumbo de quien
fuera uno de los dos directores más sólidos de la industria del cine cubano,
Tomás Gutiérrez Alea. Hasta entonces, la representación racial en el cine
cubano se limita a la reivindicación esforzada de Giral; fuera de él, es el
objeto de curiosidad y dudosa empatía de Gutiérrez Alea y Humberto Solás, la otra
ficha fuerte del cine cubano.
Resuena la obstinación de Solás, cuando le encargaron un documental sobre
la cantante haitiana Marta Jean Claude; que el desvió en una concesión ladina,
con un documental dedicado a la Tumba Francesa, como tradición haitiana en
general. Resuena porque muestra el distanciamiento de esa falta de
representación, que se niega al reconocimiento personal; diluyendo la empatía
en la abstracción política de una tradición, ladinamente menoscaba como
curiosidad antropológica.
No es que el objeto no tenga la importancia antropológica, sino que el
director no está interesado en antropología; es sólo una excusa para esquivar el
reconocimiento de una mujer negra, haitiana por más señas. Del mismo modo el
otro par de la terna, Gutiérrez Alea se va a concentrar en problemas
abstractos; como el de la confrontación cultural en la plantación cañera,
cuando el dueño ilustrado trata de cristianizar a sus esclavos. Aparte de eso,
tiene una incursión también con los haitianos, con la película Cumbite; basa en
una novela del haitiano Jackes Roumain, se trata de una drama político, situado
en Haití.
Sin embargo, en una perspectiva distinta de la de Giral, la pionera de un
cine negro cubano será Sara Gómez; porque a diferencia de este, ella no está
interesada en reivindicaciones históricas, sino la actualidad social. Con una
sólida formación como asistente de dirección, Gámez introduciría el tópico del
conflicto social; que en el cine cubano, hasta entonces se había concentrado en
la contradicción política, pero no en sus repercusiones sociales.
Con un solo filme, De cierta manera, es fácil ver su repercusión, en el muy
posterior Hasta cierto punto, de Alea; incluso en el único filme de ficción
importante del más pobre de los directores cubanos, Retrato de Teresa, de
Pastor Vega. La eficiencia de Gómez estribaría en que ofrece un espacio de
confluencia, no sólo para lo sociológico dentro de lo político; también para la
contradicción de género, fuerte ingrediente de ese conflicto social, y la étnica.
En el caso del problema étnico, el recurso es e más eficaz, porque consiste
en la falta de conflicto; planteado en el mestizaje de sus protagonistas,
rodeados de negros y blancos por igual, en un ambiente marginal. Frente a eso,
el trabajo de Giral reluce de dignidad, pero también de ineficacia, como un gesto
de cierto patetismo; de algún modo responde a la vergüenza racial por un pasado
que considera ignominioso, y del cual necesita reivindicarse.
Ese no es el caso de Gómez, y probablemente por eso consiga alzarse hasta
en maestra de sus maestros; desde su desvío del interés de Alea en la comedia y
la historia, al interés eventual de Vega en un drama de la vida real. Sara Gómez
deja abierta la incógnita de a dónde pudo haber llegado, que sin embargo carece
de importancia; porque lo que asombra es ver hasta dónde efectivamente llegó,
no importa el silencio de sus pasos largos.
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