El último país… y el próximo emigrado?
Este es un documental de la directora cubana Brasil Gretel Marín, y el
tópico es el ya recurrente del estado del país; no sólo físicamente, sino
también el de la contradicción política, centrado en el acercamiento entre
Estados Unidos y Cuba; que ha devenido en el tema central de un neo existencialismo
cubano, amenazando con determinarlo todo. En términos técnicos, la directora
muestra su pulso en un despliegue de recursos dramáticos geniales por lo
efectivo; sobre todo tratándose de un documental, con una estética sin dudas
renovadora y vigorosa.
Desgraciadamente eso no se ve, aplastado por el emocionalismo con que se
acerca a su objeto de interés; como si ya no bastara el nivel de saturación que
debe enfrentar, en un mundo inundado de creadores excelentes, donde nunca se
pasa de ser la otra raya del tigre. Incluso en ese sentido, el emocionalismo
podría ser un elemento funcional, sino fuera porque es ya demasiado usado; en
lo que ya incluso puede entenderse como una movimiento estético completo,
consistente en la nostalgia por cuba.
No obstante, eso fue lo que hizo Tarskovsky, y nada de esto se le puede
comprar en dimensiones ni recursos; teniendo en cuenta además que ese referente
no era de cine documental sino ficción, una distinción cada vez más borrosa. Como
defecto también, la sobre explotación del “el punto de vista”, que ya hace
dudar de su eficacia como estética; sobre todo porque más que a la subjetividad
como lenguaje, lo que da pie es a una suerte de exhibicionismo intelectualoide.
Esto no debe mal interpretarse, pero igual si se le mal interpreta no se
andará muy lejos de lo que quiere decir; pues alude a ese problema del arte
contemporáneo, que ha secuestrado al Yoísmo de la poesía y amenaza con
inundarlo todo. El problema con el Yoísmo es que va siempre sobre el Yo, y
fuera de la imagen poética deviene en un discurso exhibicionista; que así se
vuelve contra lo que de otro modo puede ser un discurso poderoso, siquiera en
el planteamiento.
Eso último también es importante, porque el objeto como objeto ya resulta
trillado; esa maldita agonía en que el país ni habla ni se acaba de morir, como
Don Rafael del Junco; hasta el punto de un desespero peor que el de telenovela,
por lo perentorio de sus consecuencias. El problema de todo esto estaría en la
inmadurez política, que nace obviamente de una anterior de la cultura; en que
los cubanos vamos con golpes de pecho por el mundo, exhibiendo nuestro sufrimiento
como si fuera el peor.
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En eso se olvida que el nuestro es sólo el nuestro, ni siquiera el peor ni
el más inarreglable de los problemas; en un mundo plagado por migraciones
masivas, movidas por la violencia de todo tipo, y en poblaciones mucho más activas
y consecuentes que la nuestra. No se trata de un discurso político contra los
discursos políticos, pero sí de la necesidad de cierto distanciamiento; en el
que no sea tan fácil manipularnos, con la deshonestidad de una obra que no se
atreve a sus méritos propios.
Ese incluso puede ser un problema alimentado por la misma política que se critica,
en su pantagruelismo; que en el horror de las actividades comunes, se dio a la
creación de esa élite intelectual que ahora la canibaliza, excelente en
términos tecnológicos. El último país es una obra perfecta pero también banal
en esa perfección, en ese no aportar más que rayas al tigre; podríamos seguirle
el curso así trillado, y terminar con una amarga parodia de mala literatura;
como una pregunta alusiva que cuestione… el último país y el próximo emigrante?
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