Angela de Mela y el don de lo bello.
Angela de Mela nació con un masa de dichas y desdichas, en equilibrio más
pesado que cualquier exceso; por parte de la dichas, una personalidad única y
relumbrante, y con ello las experiencias que ello le depara; por parte de las
desdichas, esa misma singularidad, que de tan extrema la hace solitaria y
extraña. Todavía ahí se entrelazan los dedos dichas y desdichas, porque esa extrañeza
y esas experiencias devienen versos de oro; pero que florecen en medio de tanta
profusión, que no importa su brillo no consigue resaltar en su justa medida.
No es una deficiencia sino una desdicha,
porque la poesía es completa; se compone de imágenes tan perfectas que parecen
medidas, no de retruécanos que se hacen los listos en lo torcido. Eso se vuelve
más extraño aún, y solitario en esa extrema singularidad, porque retoma al propósito
poético; abandonado casi que en su mismo nacimiento, cuando la vanguardia se
negó a la imagen, y obligó al sentido recto.
Eso es paradójico, pues pareciera que el surrealismo se daba al poder analógico
de la figura poética; pero en verdad reducía la forma a su más estricto sentido
recto, que trasladaba así su peso al concepto. Sería por eso por
lo que la poesía se perdiera en el bosque ni tan espeso de la postmodernidad,
languideciendo en sus palenques; cuando el modernismo se aislara ante la
soberbia europea, que no admitió ese poder indiano que la renovaba.
Claro que morir no es morir sino tener otra vida, es otra dimensión en que
todo se aclara; que es por donde puede ser rescatado ese cadáver excelso y fulgente
de la poesía, en el lindero de la modernidad; y es así como puede entenderse la
poesía de Angela de Mela, como cánticos que trasuntan exaltación en la
modestia. Nadie se llame a engaño sin embargo, esa modestia es la de las buenas
maneras, la de la elegancia; la de quien sabe su poder, que como recuerda el I-Ching,
las mangas de la concubina han de ser grandes y brillantes, las de la esposa
no.
La poesía de Mela es poderosa, porque retiene ese poder de la alegría que sólo
suscita la belleza, y es el mismo siempre; sus versos recuerdan muchachas
recogiendo flores de romerillo, en prados extensos bajo el sol; novias de
Cristo que lo reciben en la soledad de sus celdas, con ángeles que les arrancan
sonrisas equívocas, con flechas también ambiguas. Son versos que tienden a la
brevedad, haciendo del poema más bien largo lo que fue la antología para los
antiguos; pero donde entonces cada poema es una antología, y se debe entonces
parar y beber un sorbo de agua tras de cada uno, porque ha sido suficiente.
Es una pena, desdicha sin dudas, que tanto poder reluzca en medio de tanta
construcción mediocre; porque lo que se pierde es la perspectiva en que se la
puede apreciar, que es lo grave del momento. No que naciera en tiempo
equivocado, sino que posee ese destino, y que probablemente ese sea su sentido;
como un poema suyo ella misma, como el Cristo entonces que se ofrece en su
propia experiencia, con el don de lo bello.
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