Wednesday, April 22, 2020

Del realismo en la literatura cubana


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El Realismo, como toda propuesta formal, es un estilo legítimo, por más que controversial; ya desde que los incisivos franceses postularon la crítica social como un objeto literario suficiente. Como fruto de ese tiempo, el estilo retiene muchas de las cualidades de ese entorno; el afán confrontacional, el suprematismo ético, la fausticidad del espíritu ilustrado, y también su elitismo. 

Pero la realidad no es lineal, como demostraron los dialécticos, afectando a la evolución darwinista; y por eso retiene vericuetos que la hacen incomprensible y paradójica. Lo que hizo valiosa a la propuesta no puede haber sido su supremacía moral, como demostrarían otros estilos no menos incisivos; objeto de arte al fin y al cabo, y modo de reflexión siquiera estética, el estilo sólo se habría aprovechado del dramatismo inherente a su confrontación.
Su valor sería entonces relativo, con apogeos y depresiones como cualquier; es decir, aquel momento, grandioso por su grandiosa epaté, ofrecía la experiencia que posibilita una reflexión existencial. La pretensión del realismo socialista no tendría que ser menos, aunque padezca lo efímero de esa realidad; como las epopeyas, aprovechaba la épica revolucionaria en catarsis ontológicas, como lo mejor de la preceptiva aristotélica, no la brechtiana.
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Ahí nacerían también sus problemas, cuando la propuesta socialista pierde su naturaleza épica; deviniendo en otra burguesía, con la inevitable institucionalidad que la corrompe. Ahí, contrario a lo pretendido, desplaza el valor dramático de la catarsis a la figuración; que entonces debe transgredir las barreras políticas si quiere conseguir esa catarsis. Como de santos y héroes los escritores sólo tienen la pretensión, no es extraño que disientan del compromiso; que se acomoden a la bucólica en que decae la epopeya, con narrativas banales, que ni siquiera cuentan con el concurso extraño de lo sobrenatural. 
No es que la novela revolucionaria esté mal escrita, la de la revolución mexicana es ejemplar; sino que sólo está bien escrita, desde la prosa funcional que privilegia un drama supuestamente épico; cuando eso épico es la regularidad en que el heroe se aviene a la convención vigilante. Es por eso que la novela revolucionaria cubana es realista pero menor, carece de la intensidad estoica de sus innombrables; y la emigración a los Estados Unidos, desde la crisis de 1980, parecía que salvaba eso, pero nadie contó con la astucia de Dios; ah, esa paradoja de duros dedos escudo de su victoria, ese exilio se había formado bajo esos parámetros de la épica revolucionaria.
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El exilio sólo pudo persistir en ese bucolismo del realismo banal, ahora incluso en quejumbroso victimismo; que no es que fuera ilegítimo, sino que su legitimidad no era literaria, y no era por tanto suficiente. El mismo Reinaldo Arenas, que prometió tanto con su primera novela, era ahora un acomodamiento realista; sólo en burbujas estrictament tópicas y no de prosa volvió al extrañamiento, y entonces era maravilloso. Aún así, en la mayor parte Arenas tiende al realismo y tiene que hacerse menor; lo que tiene que ver con las imágenes que trabaja y la sintaxis con que las busca, no con sus tópicos, de forzada surrealidad. 
El único caso en que este realismo no desciende a banal a pesar de bucólico, es en el de Cabrera Infante; pero porque Infante no transforma lo bucólico en épico, sino que se contrae al dramatismo de esa relación con la realidad; que se hace melancólico al escindirla de la realidad en sí y recrearla como propia, ontológica. Desgraciadamente, ese nivel de complejidad no es común al realismo cubano —ni siquiera al de su exilio— desde 1959; lo más lejos que habría podido llegar, en este bucolicismo, es a una propuesta extraña como Las eras imaginarias, de René Vázquez Díaz; y justo a partir de las retorcidas referencias, estrictamente librescas, en que el autor retoma un tema lezamiano para su desarrollo. 
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Ese es un caso curioso, raro como una jugarreta de la paradoja que escuda a la Victoria zéuca; pues ni siquiera se refiere al teorema mismo de las Eras imaginarias de Lima, y que es todo un tratado estético; sino que se concentra en un trabajillo periférico y fruto de la manipulación, en que el obeso de Trocadero identifica a la Revolución como una nueva era. Es claro que, aunque en tono menor, esa es una victoria inevitablemente zéuca, por lo paradójico de su realismo; donde sin discurso, por primera vez en su estilo, el bucolismo rezuma rencoroso escepticismo, suficiente y brutal como hacía tiempo no era ya el realismo cubano.

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