Del realismo en la literatura cubana
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El Realismo, como toda
propuesta formal, es un estilo legítimo, por más que controversial; ya desde
que los incisivos franceses postularon la crítica social como un objeto
literario suficiente. Como fruto de ese tiempo, el estilo retiene muchas de las
cualidades de ese entorno; el afán confrontacional, el suprematismo ético, la fausticidad
del espíritu ilustrado, y también su elitismo.
Pero la realidad no es lineal, como demostraron los dialécticos, afectando a la evolución darwinista; y por eso retiene vericuetos que la hacen incomprensible y paradójica. Lo que hizo valiosa a la propuesta no puede haber sido su supremacía moral, como demostrarían otros estilos no menos incisivos; objeto de arte al fin y al cabo, y modo de reflexión siquiera estética, el estilo sólo se habría aprovechado del dramatismo inherente a su confrontación.
Pero la realidad no es lineal, como demostraron los dialécticos, afectando a la evolución darwinista; y por eso retiene vericuetos que la hacen incomprensible y paradójica. Lo que hizo valiosa a la propuesta no puede haber sido su supremacía moral, como demostrarían otros estilos no menos incisivos; objeto de arte al fin y al cabo, y modo de reflexión siquiera estética, el estilo sólo se habría aprovechado del dramatismo inherente a su confrontación.
Su valor sería entonces
relativo, con apogeos y depresiones como cualquier; es decir, aquel momento,
grandioso por su grandiosa epaté, ofrecía la experiencia que posibilita una
reflexión existencial. La pretensión del realismo socialista no tendría que ser
menos, aunque padezca lo efímero de esa realidad; como las epopeyas,
aprovechaba la épica revolucionaria en catarsis ontológicas, como lo mejor de
la preceptiva aristotélica, no la brechtiana.
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Ahí nacerían también sus
problemas, cuando la propuesta socialista pierde su naturaleza épica;
deviniendo en otra burguesía, con la inevitable institucionalidad que la
corrompe. Ahí, contrario a lo pretendido, desplaza el valor dramático de la
catarsis a la figuración; que entonces debe transgredir las barreras políticas si
quiere conseguir esa catarsis. Como de santos y héroes los escritores sólo tienen
la pretensión, no es extraño que disientan del compromiso; que se acomoden a la
bucólica en que decae la epopeya, con narrativas banales, que ni siquiera
cuentan con el concurso extraño de lo sobrenatural.
No es que la novela
revolucionaria esté mal escrita, la de la revolución mexicana es ejemplar; sino
que sólo está bien escrita, desde la prosa funcional que privilegia un drama supuestamente
épico; cuando eso épico es la regularidad en que el heroe se aviene a la
convención vigilante. Es por eso que la novela revolucionaria cubana es realista
pero menor, carece de la intensidad estoica de sus innombrables; y la
emigración a los Estados Unidos, desde la crisis de 1980, parecía que salvaba
eso, pero nadie contó con la astucia de Dios; ah, esa paradoja de duros dedos
escudo de su victoria, ese exilio se había formado bajo esos parámetros de la
épica revolucionaria.
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El exilio sólo pudo
persistir en ese bucolismo del realismo banal, ahora incluso en quejumbroso
victimismo; que no es que fuera ilegítimo, sino que su legitimidad no era
literaria, y no era por tanto suficiente. El mismo Reinaldo Arenas, que
prometió tanto con su primera novela, era ahora un acomodamiento realista; sólo
en burbujas estrictament tópicas y no de prosa volvió al extrañamiento, y
entonces era maravilloso. Aún así, en la mayor parte Arenas tiende al realismo
y tiene que hacerse menor; lo que tiene que ver con las imágenes que trabaja y
la sintaxis con que las busca, no con sus tópicos, de forzada surrealidad.
El único caso en que este
realismo no desciende a banal a pesar de bucólico, es en el de Cabrera Infante;
pero porque Infante no transforma lo bucólico en épico, sino que se contrae al
dramatismo de esa relación con la realidad; que se hace melancólico al escindirla
de la realidad en sí y recrearla como propia, ontológica. Desgraciadamente, ese
nivel de complejidad no es común al realismo cubano —ni siquiera al de su
exilio— desde 1959; lo más lejos que habría podido llegar, en este bucolicismo,
es a una propuesta extraña como Las eras imaginarias, de René Vázquez Díaz;
y justo a partir de las retorcidas referencias, estrictamente librescas, en que
el autor retoma un tema lezamiano para su desarrollo.
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