Friday, February 14, 2014

Carta abierta al Comité Ciudadanos por la Integración Racial y a la Oposición en general

Hace algún tiempo cuestioné a un escritor cubano del exilio, fuertemente opositor al régimen cubano; era acerca de las proyecciones raciales de la cultura cubana, y le pregunté que cómo era posible que todos los proyectos culturales de o acerca de los negros terminaran administrados por blancos. La respuesta, huidiza, fue terrible, en otro cuestionamiento: ¿Dónde están los escritores negros? ¿Querría decir que a los negros no les interesa la literatura o el arte, la cultura altamente especializada? Por supuesto, la respuesta fue retórica, porque el mundo cubano está lleno de escritores y artistas negros; que simplemente no pueden acceder a alguna visibilidad porque se los niega la prepotencia racial que predomina en esa cultura, y el que se atreva a transgredir este canon silencioso lo paga caro. Por eso hay un amplio arsenal de negros, que participan de esa culpa que es el escándalo del silencio blanco; aunque ni siquiera eso sería lo grave, ya que es lo normal, y por tanto como norma garantiza el precario equilibrio de la sociedad. Lo grave, y hasta terrible, es la hipocresía con que esa sociedad se proyecta en un falso humanismo; perpetuando con su actitud paternalista y arrogante una situación que es insostenible, dada la misma composición demográfica de Cuba, amén de su propia identidad cultural.


Así, incluso en la arena de la confrontación política, los negros son manipulados por ambos bandos; lo que siendo ya malo de por sí, se agrava con la actitud sumisa con que algunos de estos negros se prestan a la vejación, a cambio de cierta parcela de poder sobre otros negros… concedida por esos blancos. Aquel escritor primero terminó escribiendo una novela, en la que llegaba a afirmar que “hay momentos en que una ciudad o un país te deja claro que puedes o debes corromperte, ese es el momento de emigrar”. Pero demostró que todo era retórica, cuando él mismo se prestó a la misma bajeza con que la cultura cubana silencia y se hace cómplice del racismo; hoy, ese escritor maneja otro de esos proyectos de arte que pretenden derivar su legitimidad de la causa política; y con ese proyecto, llamado Neoclub Press, ensucia a otro, Estado de Sats, que lo endorsa con su silencio en la era de la informática. Más recientemente, uno de esos opositores que se destacan por el elitismo intelectualista no tuvo empacho en postear públicamente su desprecio en este sentido; no sólo pudo hacerlo impunemente, lo que ya es escandaloso, sino que además contó con la defensa de quienes consideran que la prioridad es el conflicto político y no el racial; como si la gran contradicción racial no formara parte de ese conflicto político, antes aún de que el actual régimen se instaurara en Cuba.

Hay aún una actitud constante, propia de esta soberbia, que acude al chantaje emocional para conseguir que otros no se pronuncien sobre esto; lo mismo introduciendo complejos de suficiencia en los mismos negros, que cuestionando el nivel de amistad de quienes se atreven al más simple cuestionamiento. Estos últimos, que no se atreven a pronunciarse por miedo a quedarse solos, deberían saber que ya están solos; una amistad y una confianza que sólo se afianza en nuestro avenimiento individual con dogmas absurdos e injustos es ficticia, no existe y el más mínimo problema lo va a demostrar; ¿a qué viene hacer concesiones de esa naturaleza, acaso porque piensan que de verdad el problema no es suyo en tanto no son negros?, ¿y qué hay con su asumir la misma actitud hipócrita que detestan hasta el punto de haberse atrevido a cuestionarla en su interior? Lo cubano suele acudir a Martí para defenderse, y repite aquello de que hombre es más que negro o más que blanco; pero resulta que el Humanismo romántico ya probó ser tremendamente falaz, y el hombre es siempre el ser concreto que es, varón, hembra, blanco, mulato, homo o heterosexual que es; cualquier otra cosa es lo que resulta en pura abstracción artificial, y quien le da la prioridad a un artificio como ese comete un crimen de lesa humanidad, aunque sólo sea moralmente. Los hay que en un esfuerzo a veces genuino de apaciguamiento inútil, limitan el racismo a una actitud individual que no afectaría a toda la oposición; con lo que repiten la sordidez del sofisma católico y revolucionario, por el que la Santa Iglesia y la Revolución permanecen intactas en su pureza, más allá de los pecados o los errores de sus hijos. Se olvidan, en la retórica, que tanto la Santa Iglesia como la Revolución y su Oposición son meras abstracciones; sólo obtienen realidad y consistencia de los individuos que las integran y las realizan, y de los que por tanto asumen lo bueno y lo malo. Incluso los cubanos de buena voluntad que no se reconocen en este conflicto, y que por ello no consideran oportuna su confrontación, están endorsando la hipocresía; no por aquella otra falacia de que quien no está conmigo está contra mí, sino porque si no se denuncia la injusticia fragante entonces se la endorsa.
 
Respecto a eso, quizás el crimen más grave del régimen castrista es habernos mutilado la experiencia política, reduciéndola a cero; sólo eso explica el nivel de inmadurez y de obstinación con que la llamada oposición cubana se entrega a manipulaciones retóricas, reclamando la solidaridad que no ofrece. Peor aún, una oposición que reproduce los vicios del sistema al que se opone; resultando así en Castrista por carambola, desde las actitudes hasta los actos y la manipulación que hace de los demás; peor aún, esas élites que parecen construidas para el exterior, para atraer los presupuestos de los otros gobiernos antes que para una acción verdadera respecto a Cuba. Siempre he pensado que en los oscuros pactos de la Guerra Fría, alguna cláusula secreta entre la ex Unión Soviética y los Estados Unidos previó la corrupción de la oposición cubana con el presupuesto norteamericano; la inmadurez y la arrogancia con que se proyecta esta oposición no hace sino confirmarme esa sospecha, y creo que lo que la vida no nos perdonará nunca es el que nos sometamos una vez más a la indignidad. Si algo hemos podido aprender de los negros norteamericanos, es la altura que les dio su sufrimiento; porque fue quizás esa virulencia la que no les permitió el sueño de los tontos que hoy se cierne sobre nuestros propios negros, tratando de entrar en la estampa con concesiones que ya en su misma naturaleza carecen de valor.

Ignacio T. Granados Herrera

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