Waldo Pérez Cino y el canon crítico cubano
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El reciente paso de Waldo Pérez Cino por Miami sirvió para conocer a Bokeh,
el sello que dirige desde Holanda; en realidad no mucho, pues no se llegó a
exponer su estructura funcional básica, como su consejo y política editorial. En cambio, sí sirvió como exposición del basamento
teórico del autor, que mayormente dirigiría su proyección editorial; específicamente
sus criterios acerca de lo que llama el canon crítico de la literatura cubana,
como el conjunto más o menos sistemático de la misma. Esto último, partiendo de su libro El
tiempo contraído, canon, discurso y circunstancia de la narrativa cubana
(1959-2000); en el que trata la reducción de dicha crítica al contenidismo
ideológico, que formalmente lastró dicha producción literaria.
En realidad, y a
pesar de su insistencia, no distinguió de modo suficiente esas prácticas de sus
antecedentes prerrevolucionarios; como tampoco de esa misma recurrencia en el
conjunto de la cultura occidental, donde las cuestiones formales han cedido
ante las presiones ideológicas. Curiosamente, la excesiva insistencia en la
singularidad del caso cubano por su circunstancia política, podría resultar en
el paradójico círculo sofista; en que por su sentido crítico, el postulado es
una proyección de la propia deficiencia.
Después de todo, dicha recurrencia es lógica —como el mismo señala— a regímenes afectados por modelos dictatoriales; pero será entonces escandalosa en la pasividad con que se reproduce fuera de la esfera de influencia del régimen que primero lo determina. Habría sido muy interesante indagar en esta recurrencia misma, que hasta podría explicar la de dichos modelos dictatoriales en la cultura; pero eso habría implicado el cuestionamiento directo del mismo estamento social de los intelectuales, que de ello derivarían su consistencia como intereses de clase.
Después de todo, dicha recurrencia es lógica —como el mismo señala— a regímenes afectados por modelos dictatoriales; pero será entonces escandalosa en la pasividad con que se reproduce fuera de la esfera de influencia del régimen que primero lo determina. Habría sido muy interesante indagar en esta recurrencia misma, que hasta podría explicar la de dichos modelos dictatoriales en la cultura; pero eso habría implicado el cuestionamiento directo del mismo estamento social de los intelectuales, que de ello derivarían su consistencia como intereses de clase.
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De hecho, esa podría muy bien ser la razón de paradoja tan cerrada, en que
el dedo señala al espejo y se reproduce ad infinitum. Con este caso por
ejemplo, se trataría de dicho estamento como un producto de la masificación popular
de estas prácticas de la crítica; que funcionando como una burocracia
especializada, lucha por su subsistencia, reproduciendo así los vicios que
critica. Esta simple lucha (clasista) por la subsistencia se haría patente, en esfuerzo
como el de esa editorial y otras similares; que asumiendo su inoperatividad
económica, vive de los recursos de su casa matriz, más funcional y lógica en su
sentido.
Esta sola inconsistencia obligaría a dichos proyectos —como propios de la clase que los instrumenta— a vivir en burbujas de subvención; que ya en ello van a significar una limitación formal y de referencias, según la receptividad de su estructura económica; que es así como pasa a ejercer funciones superestructurales, en una prueba más de la infalibilidad del Marxismo. El problema con estas subestructuras sin vínculo económico con la realidad, es que este es el único vínculo posible con la misma; de modo que al existir en burbujas de subvención, se desarrollen así desvinculadas de la realidad.
Esta sola inconsistencia obligaría a dichos proyectos —como propios de la clase que los instrumenta— a vivir en burbujas de subvención; que ya en ello van a significar una limitación formal y de referencias, según la receptividad de su estructura económica; que es así como pasa a ejercer funciones superestructurales, en una prueba más de la infalibilidad del Marxismo. El problema con estas subestructuras sin vínculo económico con la realidad, es que este es el único vínculo posible con la misma; de modo que al existir en burbujas de subvención, se desarrollen así desvinculadas de la realidad.
De ahí que queden enfocados en problemas irreales, aunque su nivel de
abstracción pueda proveer una apariencia (teórica) de realidad; redundando en
una separación aún mayor y más sistemática de la realidad en sí, siguiendo una
dinámica de retroalimentación. En todo caso, la exposición original (acerca del
canon…) pecaría de la misma naturaleza reductiva y generalizadora que señala;
con citas —de nuevo recurrentes— como la del compromiso incomprensible de Alejo
Carpentier con La consagración de la primavera. La falacia aquí destacaría por el hecho de que ese fue sólo un título
fallido de Carpentier, pudiendo situarse como fallido pero puntual experimento;
al tiempo que ignora —reduciendo literalmente a caricatura— otros acercamientos
más logrados, sin una demostración factual de sus deficiencias; al menos más
allá de la referencia a la monumentalidad (elefantiásica) de títulos
extranjeros, cuyas mismas dimensiones los hacen fallidos por lo densos.
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Más allá del criterio, nadie puede negar la consistencia en este sentido de
títulos como Los años duros, Los condenados de Condado o Tute de reyes; especialmente
en lo que me concierne, con Manuel Granados, novelas como Adire y el tiempo roto, con referencias
incluso de corte trascendentalista (metafísica) y esteticistas. En cada uno de
estos casos, el desarrollo se habría truncado justo por su apego a los principios
formales de dicho canon; demostrando que no sólo son también suficientes en
términos estéticos, sino también reconocibles más allá de la revolución cubana;
en la llamada novela de la revolución mexicana, por ejemplo, que es incluso un
canon en sí, así como en el del desarrollismo latinoamericano.