Algo grande!
Alfredo Triff responde a una pregunta sobre el estado de la filosofía
contemporánea con una expectativa; está preparando algo grande (cargando las baterías) dice. Eso asume
una petición de principio, se trataría de una renovación, que responde a un
período de decadencia; si no, cuál es la pertinencia de eso grande que se
prepara sino su carencia anterior, y por un tiempo tan prolongado que se hace
sensible. La intuición de esa necesidad tiene sentido si se mira al desarrollo
de la filosofía en perspectiva, tanto como para hacer de ello un tema; que es
lo que explicaría esa carencia de algo grande por tan largo tiempo, tanto que ya es
estructural.
Todo eso tiene sentido, pero sólo si se dejan ciertos pruritos detrás, como
ese del desarrollo lineal de la cultura; que es dialécticamente imposible, pero
que se resiste aún en el desespero con que se alarga la modernidad. Lo cierto
es que la postmodernidad es o sería algo más que un estilo, la época que explica
ciertos estilos en su recurrencia; algo que va cobrando cuerpo desde el pico en
que se pudo afirmar que era la modernidad, allá por el siglo XVII; incluso si sólo puede adquirir el nombre cuando produce su propia apoteosis, a la altura de las prostrimerías, en el siglo XX. Un momento
de esplendor tal que ya por fin se perdía en lontananza el Medioevo, el Barroco
daba lugar a la racionalidad del Neoclásico, por ejemplo; la música se
precipitaba en los nacionalismos, y la Filosofía arribaba a su nom plus ultra
desfallecida y expectante ante la ciencia.
La dialéctica siempre vendrá en rescate, afirmando que los desarrollos
consisten en la superposición de apogeos; por eso al pico de la modernidad
corresponderá el de algo que ya no será la modernidad sino otra cosa. En el
entretanto, la modernidad irá cediendo el espacio gradual e imperceptiblemente
a eso que no es ella; a ese pico esplendoroso le corresponde entonces un
imperceptible descenso, en que todas las novedades irán haciéndose convencionales
hasta la esclerosis. De pronto ya no será la modernidad sino lo que ya no es
ella, y con ella se perderán en lontananza los que no previeron el desenlace;
esto es, los que lloran el cadáver como decadencia de los tiempos, y los que se
disputan sus despojos.
De todos son estos últimos los más interesantes, por el patetismo tan
moderno en que apresuran su aniquilamiento; mordiéndose unos a otros para
arrancarse tiras de pellejo de eso que ya no tiene vida aunque todavía respire.
Las industrias antaño henchidas de grandeza y poder, la música y las artes, la educación libresca; todo hierático en una transición que oscurece el
horizonte con sus altísimos niveles de educación, con resultados tan patéticos
como sus mismos esfuerzos. Pero tras el horizonte se escucha el rumorar de los
caballos áureos, lo nuevo, ese algo tan grande que se anuncia; y que se puede intuir
—ese trepidar de casos— pero que todavía no se ve, y para lo que uno se apresta
con la gozosa renuncia del tiempo.