Tuesday, September 7, 2021

De Hegel, Schopenhauer y las columnas de Hércules

Sería absurdo atribuir a la mera arrogancia, el desdén hegeliano por la devota interpretación de Schopenhauer; pero tampoco sería excesivo, porque la prepotencia es la base del poder efectivo de las convenciones, a las que basa. El problema es que Hegel había llevado la tradición Idealista a su apoteosis, avanzando incluso su declinación; que paradójica vendría en esta admiración genuina por el genio más inconvencional del otro, cuyo entusiasmo ponía en peligro el objeto de su devoción.

Eso era el valor trascendental de lo real, como histórico en tanto humana, tomado de Aristóteles en la intuición kantiana; todo desarrollo posterior significaba por tanto la superación de esa apoteosis de Hegel mismo, en su decadencia inevitable. No que Schopenhauer lo supiera, en su admiración genuina por el maestro, pero como la naturaleza desbordada del río fertilizando los campos de Egipto; por eso no era un ataque, aunque el efecto fuera la exposición de las resquebrajaduras en el muro del hegelianismo como absoluto.

Se trataba de personalidades complejas, inmersas en la complejidad de su propia circunstancia, que era singular; por eso es atrevido cualquier comparación con las actuales trifulcas filosóficas, todas menores ante aquellos cataclismos hermenéuticos. Sin embargo, así de menores fueron los movimientos de las oscuras tribus —al norte de Europa— que condujeron a la declinación de Roma; y esa declinación de Roma no fue sólo de Roma, sino de toda la antigüedad, incluyendo aquel periplo de Pitágoras —el fisiólogo— que trajo las matemáticas.

Por eso también entonces, la comparación es pertinente y necesaria, siquiera en esa forma aleatoria de la necesidad; que es lo que la hace tan atrevida como inevitable, en esa ambigüedad del exceso que funda toda nueva construcción. Después de todo, si el desarrollo es espiral, alguna excepcionalidad ha de interrumpir el cierre del círculo estoico; en la tendencia lineal del raciocinio, que puede sentar las perspectivas y el absurdo de toda convención tradicional.

Hegel es así el poder esplendoroso, desdeñando en sus axiomas el fulgor inteligente que contesta sus dogmas; en el ideal, es el académico que identifica las columnas de Hércules en los límites del campus en que reina. Eso no niega la diferencia de las estaturas, sino que la confirma, porque la seguridad de Hegel no es la del académico; no importa si la representa en su idealidad, porque al carácter epigónico del académico falta la autenticidad intangible de Hegel.

El titán establecía sus axiomas, los seguidores solo los aceptan, y esa diferencia es importante en su funcionalidad; porque Hegel no defendía mezquino un estilo de vida, de este lado de las columnas de Hércules; sino que sólo había llegado hasta allí, mientras el académico mezquino consume egoísta la fuerza del titán. Hay algo hermoso en ese rechazo, del abrazo del devoto fervoroso, por el sacerdote que no reconoce la ofrenda; Hegel culmina la transición desde el ya transitivo medioevo, pasando el batón —en ese rechazo— a la nueva transición de la intuición de Schopenhauer.


Seja o primeiro a comentar

  ©Template by Dicas Blogger.

TOPO