El problema con el Capitalismo
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Eso también tenía sentido, en tanto
se trataba de la reorganización de la estructura tradicional de la sociedad; por
el Neocristianismo humanista, que alcanza este auge en el mismo siglo XVII,
como propio de la Ilustración. El Capitalismo cumpliría así, en el inmanentismo
moderno, la función del Infierno en el trascendentalismo tradicional cristiano;
pero definiendo así su propio carácter intelectualista y no práctico, en
consonancia con las manipulaciones de las sociedades secretas (neocristianas) de
la época.
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No es gratuito entonces que sea en
Inglaterra donde menos influyera la ilustración, hasta el punto de la depresión;
al tiempo de la desintegración del sacro imperio romano, que alcanza su cúspide
—pero no su desarrollo— con la derrota de Francisco II por Napoleón. Sería la
crítica alemana de la naciente tradición racionalista francesa, la que tratara
de corregir sus supuestos excesos; pero incurriendo en los suyos propios, con el
bizantinismo de su propia hiper especialización, repercutiendo desde la
política —con los hegelianos como culmen— a la economía.
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De ahí que el Capitalismo sea la
actualización del concepto original de Moloch, como ídolo sacrificial de la
humanidad; al que lo humano —en su humanismo— debe sobreponer su virtud, sacrificando
su individualidad al cuerpo social. Esto, por ejemplo, se entiende del
imperativo categórico kantiano, como necesidad en la base de la ontología
moderna; pero cuya necesidad es sólo aparente en tanto formal, produciendo las consiguientes
contradicciones epistemológicas.
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Esto es importante, como contrario
al principio de reasignación del poder económico, de esta economía industrial;
que habría surgido con ese mismo carácter corporativista, en la reorganización
de las relaciones políticas; pero cuya naturaleza económica le habría impedido
—por su inmanentismo práctico— el seudo trascendentalismo moral del Neocristiano.
En definitiva, sería esta la función con que reproduce la expansión del
comercio cananeo, en la Grecia arcaica; dando lugar al desarrollo —bien que
propiamente cultural y no propio de la naturaleza— de la tradición democrática.
Esta vez, sin embargo, el área de
influencia sería la de las colonias inglesas, en expansión en el nuevo mundo;
reunidas al final en una federación, parecida funcionalmente a la helénica en
su mejor momento político. Proceso frustrado por esta otra expansión del corporativismo,
distorsionando los intereses revolucionarios en Norteamérica; a partir de la
influencia política del republicanismo francés —en vez del parlamentarismo
inglés—, reproduciendo el ideario absolutista del humanismo Neocristiano.