Para comprender a Estados Unidos, habría
que desechar la narrativa del país blanco con un problema racial; que
manteniendo la perspectiva en la injusticia social, persiste en la
subordinación de su realidad a la tradición liberal de Occidente. No se trata
de que eso esté bien o esté mal, en un sentido de legitimidad moral, sino de
que es históricamente incorrecto; por lo que no permitiendo una comprensión
cabal de la realidad, menos aún va a admitir una solución efectiva de sus
problemas.
Estados Unidos no es así un país
sino al menos dos, confluyentes y superpuestos, con sus propias
contradicciones; que se agravan, en tanto estas respectivas contradicciones van
también a contradecirse entre sí, creando nuevas sinergias. Esto otorga una
nueva dimensión al postulado de W.E.B. Du Bois, en su discurso de una nación
dentro de la nación; reducido, por el maniqueísmo en que he devenido la
dialéctica, como una propuesta de auto segregación; que aunque positiva, sólo
mantendría —y hasta alimentaría— las contradicciones iniciales que dieran lugar
a la ruptura.
Como primarias, estas
contradicciones responderían a la compleja formación de los actuales Estados
Unidos; que se da como concluida de hecho, cuando esta respondería incluso a
los mismos problemas evolutivos de Occidente; que lejos de ser un proceso ya consumado,
sólo encausaría la transición desde el auge moderno (ss. XVII-XVIII) a su
estadio posterior. Por eso, la historia de Estados Unidos comprimiría los
procesos anteriores, desde el lejano paso de la alta a la baja edad media;
rebasando, con sus apenas cuatrocientos años, la primera mitad de su desarrollo,
no más convulsa que los tempranos movimientos germánicos en Europa.
En este sentido, la negritud
estadounidense adquiere su verdadero alcance fundacional con las colonias del
este; que difiriendo ya en la forma en que se constituyen, darán lugar al
controvertido espacio de la nueva África. No se tratará de la traslación de una
cultura original africana a los Estados Unidos, pero sí de una reconstitución
sincrética; tan profunda, que comprende el proceso de sus propias guerras de
conquista, como espacio alternativo en expansión y desarrollo.
En este mismo sentido, las guerras
negras norteamericanas no serían un motivo de ficción política reivindicativa;
sino un hecho histórico concreto, comenzado con la rebelión de Stono, tan
temprano como el año 1739. Como mismo Cuba fue la excepción que permitió la
reorganización religiosa de Ifá en América, Stono funcionaría políticamente;
porque envolvía una esclavitud no originada en la mera caza y comercio
habituales, sino en la guerra civil congolesa.
Al respecto, cuando se habla del
origen del tráfico negrero en el comercio africano, se obvia su realidad
peculiar; como un comercio que siendo relativamente interno, no producía
cambios existencialmente traumáticos. Es la irrupción de la demanda europea la
que desequilibra el mercado local de esclavos, produciendo la disrupción; cuyos
alcances serán no sólo existenciales y puntuales, sino también antropológicos y
sistemáticos.
Además, el caso específicamente
congolés —que originó la rebelión de Stono— no era estrictamente comercial;
sino que era producto de una guerra civil, vendiendo soldados y no civiles como
cautivos, con lo que producirá un tipo específico de esclavo. Es este tipo de
esclavo el que causa una disrupción importante en la cultura de las islas del
Este, ya aislada por sus propias condiciones geo ambientales; y donde
contrastaba con una población pre existente de esclavos, mayormente civiles,
dedicados a cultivos especializados.
Por supuesto, como en el caso de
Cuba, la semi anarquía del comercio de esclavos propicia este tipo de excepcionalidad;
ya tratada por Antonio Benítez Rojo en La isla que se repite, como
producto natural de la teoría del caos, a la que habría que añadir el efecto de
masa crítica y el principio del éxodo.
En todo caso, la introducción como esclavos de la clase guerrera congolesa
coincide en estas Islas con la epidemia de malaria; propiciando la incubación,
dentro de un clima ya neo africano
de por sí, de una postulación fundacional y nativista.
Eso habría sido la rebelión Stono,
y explicaría el —de otro modo incomprensible— reclamo de los Gullah como
nación; no en el sentido geo político de la tradición occidental, sino de la
singularidad del reconocimiento de los indígenas por el gobierno
norteamericano. Debe recordarse que el reconocimiento de las naciones
indígenas, si bien fue sistemático, fue un proceso largo y complejo; que se
resolvió en sucesivos tratados, seguidos de cruentas guerras, con sus
consiguientes deserciones y cambios de bando.
Los Gullah de Carolina pueden así reclamar
su mestizaje con los indígenas de la Florida, como seminolas negros; llegando a
protagonizar la segunda guerra seminola, que de este modo sería la primera
guerra propiamente Gullah.
También entonces, pueden o deben tratarlo como su propio proceso de fundación excepcional
por su propia masa crítica; que no sólo ha producido un tejido político y
económico específico, sino que también habría generado desde este la génesis de
un fenómeno antropológico completo.