Siendo el complejo proceso que fue, la independencia de Haití se decide por
las contradicciones de su desarrollo; cuando las manipulaciones de Napoleón y
Leclerc se superponen a los errores de Loverture, empujando a Desalines a una
solución radical. Producto de sus propios errores —como el Napoleón al que
amenazaba—, Loverture es entonces sobrepasado por su circunstancia; lo que sólo
significa el fin de este primer estadio, con la apoteosis heroica de Desalines,
y el próximo capítulo de esa independencia.
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Si Loverture es trágico como Aquiles, Desalines lo es como Agamenón, a
quien la naturaleza no perdona los excesos; y como Clitemnestra, Haití lo
recibe con la ofensa de su coronación, en la que pagará el sacrificio de
Loverture. Puede parecer paradójico, pero Loverture es aquí la inocencia de
Ifigenia, no el horror terrible de los átridas; y fue la víctima sacrificial de
Desalines, necesaria sin dudas, pero no por ello menos fatal en su propia determinación
de lo real.
Incluso cuando Desalines se planea objetivamente la
independencia, su primera medida es salir de Loverture; no como acto de
traición, sino por su consciencia de esta función transitiva de Toussaint, ralentizando
el proceso. De ese modo, la circunstancia que ahoga a Loverture es su propia
naturaleza, en la continuidad del conflicto haitiano; que así tiene vida
propia, atravesando la de los héroes en que se realiza, no como una idea
sublime sino una realidad progresiva.
Como afirma CLR James en su prefacio a Los jacobinos negros,
Toussaint no hizo la revolución sino a la inversa; lo que es interesante,
porque significa que él es la última expresión de su tiempo, al que entonces
explica con su experiencia. También afirma en el mismo derecho divino la caída
de monarquías, explicando la revolución francesa en la doctrina de Richelieu;
que formando a Luis XIV de Francia, lo lleva a crear esa estructura,
insostenible para una personalidad como la de Luis XVI.
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Es así que, de entre estas contradicciones, se puede extraer una
comprensión más o menos objetiva de lo histórico; que nunca es una cosa
abstracta que ocurre ordenadamente, sino el caos tomando forma que es toda
realidad. De hecho se trataría de la realidad en cuanto humana, en el mismo
sentido que Marx la establecería como histórica; para diferenciarla de la
realidad en cuanto tal como prehistórica, y por la que esta se realiza
localmente, como cultura.
Eso va a ser particularmente importante respecto a la revolución haitiana,
por su influjo en la historia del hemisferio; establecida a partir de estas
contradicciones de la Modernidad, emanadas todas de la incontinencia francesa.
Eso es importante a su vez, porque es de esta antropología que se puede extraer
una determinación ontológica de lo humano; invirtiendo la vía canónica —de lo
universal a lo particular— establecida por Kant, y que tanta distorsión ha
provocado en ello.
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Esto probaría que la pasión de Loverture no era
el poder, que ya detentaba como gobernador en pleno de la isla; aun cuando no
tuviera planes que sugieran un cambio político, sino sólo la consolidación de
la isla en una entidad absoluta. La constitución de hecho parece nacer de los temores de Loverture, por la
inestabilidad de la república en Francia; que ante una recuperación del ala
reaccionaria de la asamblea, podía restablecer la esclavitud, como de hecho
hizo Napoleón.
Un aspecto de esta contradicción es la soledad, como el distanciamiento por
el que el líder mantiene el control; deviniendo así en esa misma fuerza que
contradice, y que eventualmente lo va a contradecir a él, como el orden mismo.
En este caso de Loverture, será lo que le permitió —más que el poder
convencional— sobreponerse al líder de hecho, que era Biassou; pero que también
salvará a sus lugartenientes —Desalines y Christopher— para continuar el
proceso, sobreviviéndolo a él.
Ese no es el caso de figuras picarescas como Fidel Castro —por ejemplo—, que
da flexibilidad al sistema con su persona; al ponerlo en función de sus
intereses propios y no a la inversa, esquivando la fatalidad del héroe con su
pragmatismo personal. Esto puede parecer paradójico, toda vez que el cínico
agota al sistema, destruyéndolo con su vida, como en Cuba; pero es en ello que
lo hace dúctil, al adaptarlo a sus necesidades personales, y haciéndolo así de
paso existencial. De este modo, y al menos en principio, desaparecido el cínico
desaparecería el sistema, que sólo existía en función suya; y no como en el
caso de los héroes clásicos —Martí, Loverture, Bolívar—, cuyo estoicismo los
hace indelebles en ese imaginario, y por ello más difíciles de superar.