Friday, October 7, 2011

Bye bye Steve!

Desde la antigüedad, toda fundación a requerido un tributo de sangre, que simboliza la savia vital; la muerte de Steve Jobs parece cumplir esa función con la Postmodernidad, que ya alcanza su culmen y apoteosis; porque ya es de hecho toda una era, que se impone hasta con su propio imaginario —what the f...k?, Lezama even here?— como muestra de plena madurez. La Postmodernidad podría decirse que comienza con la apoteosis misma de la Modernidad, como su decadencia; cuando las diversas revoluciones, desde la científico-técnica a las demás, lograron conjugarse en un arquetipo; que bien que accidentada y desigualmente, se concreta poco a poco en los Estados Unidos, como bien presuponía el estudio marxista de las contradicciones europeas. Ahora, justo cuando parecía imposible, la juventud se rebela y los sindicatos aprovechan la coyuntura para un segundo aire; mientras, la nueva especie del intelectual de derechas transparenta la falencia capital de su mimetismo, que la hace inevitablemente inconsistente en tanto reflejo de la Némesis a quien contesta voscífera.

Hay algo bueno en ser parte de una generación bisagra, a caballo entre dos eras; y es la de verlo todo —si se goza de suficiente inteligencia, claro— como el escenario desde un balcón del teatro [Honoré de Balzac?]. La primavera es la primavera, incluso si nace en Arabia y ahora asusta a los que se afilaron las uñas en su mediocridad; porque el mundo reverdece, ya no asusta de vetustez, y es nuevamente posible el horizonte. La ocupación de Wall Street recuerda aquellos tiempos en que la juventud podía darse el lujo de ser joven y no pre-vieja; equivocándose a troche y moche, para construirse una madurez de pura vida y no de meros conceptos universitarios. Que en medio de todo esto muera quien quizás fuera la figura más icónica de la transición, resta tristeza a esa noticia; porque Steve reemplazará con su estética la violencia poética de los otros íconos que le antecedieron, incluyendo el compasivo Corazón de Jesús, la complaciente Coca Cola y la sensualísima Marilyn Monroe. Si la situación obvia de una Marilyn bebiendo Coca Cola en una catedral no fue legada a la posteridad, la de Steve Jobs presentando sus productos sí lo fue; e incluye el sentido refinado y artístico con que los concebía para la clase media, bellos y más duraderos que sus mismas tecnologías; como no hizo, por cierto, ningún artesano renacentista excepto [curiosity!] Gütemberg, el gran precursor.

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