Traficantes de pasión [Reseña]
La puesta más reciente del grupo AKUARA Teatro hacegala una vez más de lo que mejor distingue a su proyecto; un pulso equilibrado y una intuición, por los que sin perderse en el elitismo intelectual tampoco cae en la grosería de subestimar al público. Esta vez, la obra y el concepto mismo son extremadamente complejos y cargados de sutilezas; pero con un resultado que lo exige y amerita, y que es la mejor muestra de su devoción por las tablas. Con una adaptación de Las amistades peligrosas de Pierre Choderlos, pero enriquecida con la pieza Cuarteto de Heiner Müller; Traficantes de pasión se las ingenia para explotar el viejo recurso del teatro en el teatro de verdad, integrando en proscenio un conflicto de bambalinas que se sirve del drama mismo para insinuar otro. Nunca mejor logrado el tan llevado y traído extrañamiento de Bertold Brecht, como una rasgadura en el cortinaje de la cuarta pared que deja ver lo que pasa entre los actores; desgraciadamente, dado el nivel de la crítica local, detalles como este quedarán sin ser dichos, aunque afortunadamente serán vistos por quien tenga la fortuna de asistir a este espectáculo.
Mención muy puntual e importante para Yvonne López Arenal, que además de la actuación asumió el libreto y la dirección; con lo que se dio el lujo de dibujarse la obra con que sueña toda diva del teatro, en que debe desdoblarse entre el protagónico y la antagonista... además de la actriz que las encarna. Como guante en la mano le queda el partenaire, Carlos Alberto Pérez, haciendo gala de su impresionante presencia escénica y la plasticidad de su coreografía; si bien el día del estreno —comprensible quizás, estrés probable, fact sin dudas— dejó ver un problema de dicción que va siendo recurrente, y con el que por momentos maltrató un hermoso texto. Mención especial para Joan Vega, que desanda con soltura sus tres personajes; si bien los tres no tienen la misma suerte de ser tan vistosos, yendo desde el mero incidental al climático. Llama la atención que por primera vez en Miami el travestismo teatral fue verdaderamente teatral y no manido, logrando incluso cierta descaracterización y desasosiego necesarios en el mejor de sus personajes; una criada muda, que por amor [literal] a su dueña la traiciona, y conduce la obra a una catarsis perfecta; donde el increíble guión se atreve a la apoteosis del romanticismo, con una sublimación sólo equiparable al Don Juan de Zorrilla y el ballet Giselle.
Como siempre, la producción de lujo de Alba Borrego con el concurso inigualable de Carlos Rodríguez y Sergio González; proveyendo una utilería que se impone en su valor escenográfico, y un vestuario que habla de sus recursos e imaginación. El diseño de luces, como siempre, otro lujazo envidiable; debido al genio de un Mario García Joya suelto en toda su creatividad, luego del magisterio del cine. Eso sí, la obra decididamente no es apta para menores y se recomienda supervisión para los jóvenes; porque será fino, pero el sexo es sexo, y la sensualidad desborda en esta obra que no por gusto se llama Traficantes de pasión.
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