Nueva vindicación del arte crítica
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El arte en cambio retiene la violencia de su naturaleza original, como fundamento de toda forma reflexiva incluso si sistemática; y aunque la Academia como la Iglesia de antes lo neutraliza con su formalismo disciplinar y su exigencia de ortodoxias, el arte se impone como arte, incluso si se trata del arte crítica. La razón abstracta del método ha probado siempre su propia ineficiencia, pero esa fatalidad se debe a su incapacidad para comprender la dúctil compulsividad de los fenómenos; lo que no propondría una razón práctica que con otros intereses se desentendería de los propios de esa compulsividad, para fijarse en la satisfacción inmediata de la misma y no en su comprensión. Ese es el valor innegable de los pseudo-Realismos de los excesos idealistas, la desazón del genio que comprende su imposibilidad; cayendo rendido ante el artista, incluso el del arte crítico, que enarbola su propia suficiencia en el criterio, incluso si inútil ante la prepotencia formal de lo establecido.
Es, en definitiva, la razón de la eternidad del espíritu
romántico, siempre marmóreo en el patetismo de su impiedad; siempre amado de
Dios, que le regala con ángeles para que le enjuguen la frente sudorosa en la
conciencia de su plenitud. El romántico sabe que tiene razón pero que ni eso
importa, porque lo que importa es su suficiencia escandalosa; sin escolástica
que lo neutralice en tanto ni siquiera reconoce el poder que pretende
gobernarlo, como otro exceso más de la escandalosa tradición agustinista
—¡en la Academia, horror!— con su
absolutismo práctico.
En todo caso no hay que ser ingenuo, aunque eso implique
cierto radicalismo guerrillero; pues no es posible el intercambio desde
posiciones de poder como las del académico, que se basa en la aparente
suficiencia de su método; exactamente como el cura medieval en su evidencia de
la verdad divina, porque la irracionalidad de la fe es la misma aunque cambie
de Dios. No deja de ser cómico ni ilustrativo que los académicos solieran burlarse de los hábitos medievales de los curas; porque lo hacían mientras recogían sus títulos con medievales togas, dejando claro que la cuestión no está precisamente en el medievalismo.
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