La muerte exilial de Lorenzo García Vega
La muerte de Lorenzo García Vega en el lugar que satirizó
con rencorosa ironía como Playa Albina es un triunfo cruel de la cultura
cubana; y su falta de resentimiento respecto a esa cultura, que lo exilió e
hizo de él su propia avanzada, no es menos paradójica que su valor exilial.
Vega recoge así y en sí la total contradicción de nuestro propio perfil cultural
resistiéndose a lo político, desde su propia indeterminación existencial;
revelando cómo lo cubano parece ser lo irresoluto a pesar de su intenso pasionario,
y donde lo humano se expone con esa ambigüedad que revela el encontronazo de
sus pretensiones e intereses. Primero eso, la literatura como su interés más
absoluto, aún con lo que tiene de egoísmo; de modo que eso humano —y cubano en
ello— no puede seguir esquivando el golpe tras la retórica de las sublimes
éticas.
Vega, como el hombre siempre ha hecho, vivió para sí, para
satisfacer esos intereses suyos; y la diferencia sería que la absoluta
inmediatez de su vida, la increíble prioridad de su valor literario, le impidió
mentir y mentirse a sí mismo como hace el común de los hombres; le obligó a la
más cruel honestidad, que incluso si mezquina a veces, le evitó el juego
ambiguo con que los hombres pierden la única oportunidad de su existencia. En
este sentido, García Vega preservó en sí la impronta de la búsqueda y el ideal
surrealista; puede que de modo inconsciente, lo que no lo hace menos eficiente
sino más agudo y puntual en ese propósito de realización. Miami como Playa
Albina, tuvo esa función también toponímica de las distopías; en que la
realidad, aunque en oposición a la sublimación utópica, accede a una
representación en que abstraerse y ser comprendida. Playa Albina carece de la
falsa neutralidad espacial de la Santa Mónica de los Venados de Carpentier, y
de la falsa bondad antropológica de Macondo; es tan descarnada que reúne en sí
todas las dificultades que se alían para sofocar al Ser y frustrarlo en cada
uno de sus propósitos de realización, su propio perfil es el desaliento.
La figuración de la locura no sería entonces otro juego de
insulsa estética, ni un demodé snob con temas trasnochados; era más bien el
resultado de ese desaliento —los cubanos suelen recordar que Miami es un pantano y
que sus vapores pueden ser nocivos— como una condena contra todo bienestar, a
la vez que la misma persistencia pétrea del Ser en su máxima pureza posible,
que es bestial en su animalidad. El famoso
tópico de la etapa como bag boy de un supermercado, sería entonces la
última y más fina alusión al mecanicismo económico y político de la sociedad,
aún moderna en su postmodernidad; denunciado siempre como amenaza por las
vanguardias históricas, de las que Don Lorenzo habría sido su último
representante por estas tierras, agotado en el patetismo con que recibió toda
reverencia, consciente de que nunca fue comprendido.
García Vega tiene una gran importancia histórica en el valor
de su trabajo, que atraviesa lo más álgido de la literatura cubana; incluye el testimonio de ser el mismísimo —y algo ladino— primer recipiente del Curso Délfico
de Lezama Lima, y el benjamín del grupo Orígenes, como también de su
estrepitosa disidencia. Aparte de eso, su literatura de apariencia caótica
tiene el valor no testimonial del referente reflexivo [teleológico] que
distinguiera a su prepotente mentor; y es entonces el replanteamiento del
contrapunteo cubano entre la metafísica [aristotélica] de maese Lezama Lima y
la hiper metafísica [vanguardista] del divino Jarrys; la una ciencia de la
regularidad y la determinación, la otra de la excepcionalidad y la
indeterminación, como tesis de grado con que sonría complacido el maestro
aborrecido. El maestro muerto en el incilio nacional, y el discípulo rebelde muerto en
el exilio como propuesta de reconciliación; las dos orillas de lo cubano
saltando por sobre la pobreza de lo político por la riqueza de la poesía [Poyesis], gracias ambos a sus
humanidades espléndidas en lo mezquino y viceversa.