Cuentos Obscenos
[ …] De
pronto, el fraile interrumpió su santa meditación, por un destello inoportuno
que lo perturbó un poco, como una tentación; «es cierto —recordó—, el Demonio
nos tienta cuando más cerca estamos de la santidad, rezaré un rosario para
sostenerme». Ya se disponía el buen hombre a repasar los divinos misterios,
cuando la ilusión se hizo cierta del todo, y la noble Perugina saltó del
piadoso cuadro y se dirigió a él con los ojos fijos en los suyos; peor, iba
totalmente desnuda, mostrando su cuerpecillo de nueve años, en el que apenas
comenzaban a insinuarse los pechos, tras la roseta de los pezones; sus ropas
yacían junto a los otros estáticos personajes de la escena, y su lampiño pubis
transparentaba la sangre de sus venas en un rosa subido. «¡Atrás, oh, Satanás!
—gritó el santo persignándose—…
[…]
Cuando abrió
los ojos, la niña ya se encontraba de vuelta en el cuadro, tan absorta en el
milagro como los otros; pero él ya no creía en ninguno, casi que en nadie, y
pensaba que en secreto se burlaban de él desde el altar, tan hermosamente
pintados todos que parecían vivos; pues el cuadro era tan bello que lo atribuía
a la inspiración del Espíritu, que usaba esos extraños mecanismos para inspirar
y alimentar la fe.
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