Friday, November 2, 2012

Mujer ante vacío

Jorge Luis Borges vio en la belleza del tigre el nombre secreto de Dios, la cifra del universo; que según José Lezama Lima, se hace novelable en la existencia, una suerte de alfombra que se desenrolla ante uno. No importa que Lezama no aluda expresamente al tigre, la coincidencia persiste en la cifra, y alguien cree adivinarla. De hecho, el tigre es objeto común en la poesía; así que no extraña esa confluencia, porque el tigre es bello como la rosa, aunque la rosa no es letal como el tigre.


Georgina Herrera, poeta, duerme con el tigre; desconoce su aliento fétido, de muerte, no su garra retraída. Ella sabe que es un sueño pero suyo, y no quiere que termine; prefiere esa garra retraída cerca, que le permite desconocer la fetidez del aliento, ¿la garra la aleja de él?. Es ahí donde se concreta la sagrada locura y la poesía cobra algún sentido, en esa permanencia frente al vacío; y es dable pensar que la locura, eventualmente, venza. Esa locura existe en que el abismo te dice tu nombre —se ahueca para arroparte—  y tú respondes; pero eso es lo de menos, lo importante es si se accede a esta convivencia terrible. Poco importa si al final la mujer se lanza al vacío, porque ya por sus propios pies llegó a él; y el vacío es entonces como el esposo místico, y todos los amantes y los hijos, que existieron por el medio, sólo justifican cada paso hacia el altar, lo sostienen. Una mujer sola ante el vacío es tan hermosa en la desoladora belleza de su egoísmo, que cada paso de estos ha de estar orgulloso de haber sido; como las flautas que rompía el prisionero nahuac en su recorrido final al sacrificio, cada paso de esta mujer —cada hijo, cada amante, cada joya, cada lágrima, cada error, cada éxito— es tan sólo un escalón de basta piedra.

Allá arriba el tigre se despereza, la garra se apresta al nervio; pues aunque ella no lo quiera es lo lógico, y puede que además sí lo quiera, aunque lo tema. Abajo el pueblo cae en trance, pues nadie está autorizado a ver a Dios —Moisés conoció sólo su espalda— y él sin embargo se está desnudando para poseerla a la vista de todos. Se comprende, uno comprende el derecho de Dios como el del feudal con la esposa que uno escogió para sí; por eso se llora, uno se sabe fatal, apenas un entramado en todo ese oro de las parcas. Pero después de todo se trata de la cifra, ese abismo en que es Dios el que te mira; uno comprende a esa mujer y se hace modesto, uno no aspira a nada, uno no ha tenido ni tendrá ya nada fuera de este fastuoso horror.

A Georgina Herrera

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