Monday, November 18, 2013

Aquiles frente a Príamo

por Ignacio T. Granados

¡Oh, venerable!, no te aflijas
que tu hijo murió a manos del más noble guerrero,
espléndido entre los aqueos como el sol en el día
y más altivo aún que la luna prodigiosa
cuando despliega su velo de plata en la noche;
y no sólo eso, sino que él también lo era, pues su
                                            /    hermosura
era imponente como una torre alta de la ciudad;
la más hermosa y más esbelta de las numerosas que te
                                            /    protegen
guardando la muralla de la inccesible Pérgamo;
y así es su sangre como una oblación a Zeus
que lo encanta con el humo graso de los sacrificios,
cuando se precipitan las reses a la hecatombe.
Por eso es buena la muerte de tu hijo
que sella además el pacto de mi destino terrible
trazado por las parcas odiosas
cuando bordaron la tersura de mi frente
enamorando y perdiendo a los mortales
porque yo sea como un estigma, o algo peor, funesto;
y tanto que no hay mente que se atreva a imaginarlo
para no ofender la figura del solemne Febo
o la árida castidad de la cruel Minerva.
No te humilles, anciano, que me humillas
porque esa es mi afrenta
y si tus barbas tocan un sólo gramo de polvo
convertirían este premio de la muerte de tu hijo
en el baldón de mi condena
que atravesará la nube de mi muerte como un rayo
con que el Potente me destroze incluso en el Averno;
porque ya nada podrá contentarme, ni aún
la promesa de mi amante recibiéndome eterno
si llevo conmigo el estigma de tu dignidad destrozada
en vez de la rama áurea para Proserpina.
¡Vete!, toma por fin esos despojos y vete, anciano
porque yo pueda esperar ya tranquilo a esa pérfida
que demora, asustada de tu dignidad.

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