El meme filosófico
Por Ignacio T. Granados Herrera
En una versión de ese meme infinito
en el que Batman abofetea a Robín, este se jacta de leer mucha filosofía; lo
que desata la ira del hombre murciélago, que le responde que en verdad él sólo
lee resúmenes filosóficos. Lo importante del meme es cómo sirve de pie para
expresar en un humor corrosivo las engañosas paradojas a que nos expone el
convencionalismo; pero no menos importante, aunque más sutil, mostrarįa también
la otra paradoja de su propio convencionalismo. De hecho, no habría nada más
convencional que la reducción al absurdo, en que siguiendo una lógica aparente
se corrompe el argumento contrario; es también una práctica antigua, clásica
incluso, como cuando corrompió a la sofística como práctica sistemática de la
filosofía, como un recurso de la retórica. Como método erístico, se supone que
eso fue precisamente lo que superó Sócrates, con la dialéctica; aunque todo
parece indicar que la tal dialéctica de Sócrates era tan sólo una inversión de
sentido de la misma erística, que es lo que conocemos como su Mayéutica.
Nada de eso sería especialmente
problemático, si no se viera que en su reducción al absurdo este tipo de
paradoja deviene en caricaturesca; hasta el punto de dar valor de postulado a
un meme —que es en lo que consiste la caricatura—, violentando las sutilezas
con que se estructura la realidad, en el mismo intento de su compresión. Como ese mismo meme, en críticas más audaces los filósofos se jactan
de leer a Aristóteles en latín, por ejemplo; como si el divino de Estagiria no
hubiera escrito en griego clásico, haciendo de cualquier otra lectura suya la
de un resumen más o menos interpretativo. Igual, quien —con o sin sentido—
acceda a ese conocimiento, de poco le valdría si no puede contrastarlo con toda
otra tradición filosófica; que en buena puridad, tendría que consumir en su
lengua original, con —por supuesto— el conocimiento cabal de su referencia
epistemológica; ya que, para seguir rizando el rizo, de nada valdrá leer el latín
medieval que transitaba al provenzal si se le va a interpretar con las
referencias epistémicas del castellano o el inglés contemporáneo.
Visto así, no habría filósofo
autorizado si no cuenta con el bagaje de todas las lenguas que en el mundo han
sido, al menos desde el fisiologismo jónico; lo que significa que a la
dificultad mayor de le lectura de Kant y Hegel, habría que añadirle la del
espeso alemán en que se expresaban; junto a las derivaciones de la lengua china
en que se expresaban tanto Confucio como Lao Tsé, pues se trata de ser
universal. A esta reducción al absurdo pueden añadírsele derivaciones, pues al
fin y al cabo se trata de la caricaturización de un drama; en el que la filosofía
se hace cada vez más irrelevante, justo en el contexto en que se hace más
necesaria, por su banalización. De hecho, la pregunta es para qué sirve tanto
afán de exactitud, si en definitiva no se trata de hacer filosofía, sino de
citar la fuente; que es la prueba de ese convencionalismo fatal, por el que
la pobre pierde su importancia inexorablemente, en una situación ya más trágica
que cómica.
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