A propósito de Manuel Granados
Testimonio de Lázaro Buría Pérez
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Transcurría 1966, que
como todos los años en Cuba tenía nombre y apellido, era el “Año de la
solidaridad”; yo estrenaba mis 20 años acuarianos, agotando el segundo de los 3
que debía pasar para cumplir con el Servicio Militar Obligatorio. Fui ubicado
en la Base Militar de Playa Baracoa –en la Provincia Habana-, donde conocí al sub oficial Salvador Massip Soto; familia
del destacado geógrafo del mismo nombre y apellido, así como del director de
cine, y a quien acompañaba en varias salidas de la unidad.
Él era
quien conocía a Manuel Granados
y hasta podría decirse que eran amigos, lo cual me pareció por la alegría,
cordialidad y complicidad con que se saludaron una vez que fuimos a visitarlo; no
recuerdo exactamente si era en la calle 10 entre 25 y 27, en el barrio del
Vedado. Tampoco puedo afirmar que era una plana baja o un primer piso, pero
estoy segurísimo de que estábamos cerca del Cementerio de Colon; muy próximos
al edificio de 9 plantas donde está todavía el Instituto Cubano de Arte e
Industria Cinematográfica (ICAIC), con el que Manuel tenía algún tipo de
vínculo laboral.
Lázaro Buría Pérez |
La visita a Manuel
Granados tenía el propósito, por parte de Salvador, de que yo ampliara mis
conocimientos de los intelectuales que él conocía; quizá por eso me sorprendí
un poco al ver a Granados: ¡era negro! “¡Coño, un prieto escritor!”, pensé. Y
de alguna manera sentí cierta alegría. Tendría que extenderme mucho –casi
podría creerse que estaría escribiendo “un libro”-, si fuera a explicar porque
pienso que “sentí aquello”; pero habrá que deducir el contexto de donde yo procedía
para imaginárselo, es una explicación de manual —¡como la lucha de clases!—.
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La masa amorfa, inestable
y hasta inventada, de mi memoria de aquella etapa de mi vida, me dice ahora que
debería hablar de lo que conversaron; y lo primero que me viene a la mente es
aquel asunto oscuro —para muchos— de lo que estaba pasando con los protagonistas de lo que años después se
conocería como el siniestro proceso de la
Microfracción; que se descubrió dentro del sólido e impenetrable Partido
Comunista de Cuba. Lo vi como un tipo
maduro y vital, por la manera en que reía y hacía malabares con sus brazos y
escuálido cuerpo, que lo hacía atractivo; y aunque veía cierto amaneramiento —que
me hacía sospechar de la amplitud de su latitud moral—, no la gritaba ni lo
anunciaba, pero tampoco lo callaba… ¡y eso me gustó!
En otro
relámpago de mi memoria, recuerdo el motivo por el que fuimos a ver a tu padre,
había publicado Adire y el tiempo roto;
Massip quería conseguir un ejemplar y que se lo dedicara —vagamente, me parece
que eso fue lo que ocurrió—. Quiero imaginar que también yo recibí uno y que lo
leí, quizá no completo, pero sí las palabras de esa obra que entraron en mi
cabeza, alguna huella dejaron; son parte de lo que todavía pienso sobre los
temas que aborda, la tragedia de la discriminación racial —¡poéticamente,
claro!—. Solo estoy fabulando sucesos que me ocurrieron, pero que no puedo
evocar con todos los detalles que me gustaría hacerlo.
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