Para matar a Robin Hood, NDDV o la parábola perfecta
En
su naturaleza histórica, la revolución cubana es un fenómeno más estético que
político; la incomprensión de esa extrañeza sería el secreto de su
persistencia, como la enigmática esfinge en espera de Edipo, que será culpable.
Como fenómeno estético entonces, la revolución cubana tiene una prole inmensa;
que se extiende además por la bastardía de los que la rechazaron en algún
momento de sus vidas, pero no pueden renunciar a su sangre.
Ese es
el caso de Néstor Díaz de Villegas (NDDV), que no es único pero sí emblemático
en su excelencia; un escritor tan pródigo como performático, haciendo de su
existencia el estilo que marca su escritura. De ahí ese valor emblemático suyo,
como una estrella que esplende su patetismo contra la noche; porque se trata
del tiempo interminable —como el último suspiro de Roldán— en que transita el
arte hacia la nada.
Para
matar a Robin Hood es un libro, en el que NDDV compendia sus críticas de cine;
desde el inicio aclara los dos nortes entre los que se mueve, diciendo que el
suyo es René Jordán y no Cabrera Infante. En realidad, y hasta por su misma
existencia performática o estilo, NDDV sigue la estela de Caín y no la de
Jordán; aunque sólo fuera porque Jordán no fue performático —casi que ni
escritor—, sino de una sobriedad racional y metódica, lejana a ese snobismo
existencial que es el estilo.
En
esa contradicción radicaría el atractivo indiscutible de Villegas, no en su
crítica de cine; si de hecho, como en Cabrera Infante, la crítica en él es apenas
una justificación para su performance, que es así la de una apropiación. Eso
sí, qué arabescos y agudezas, qué derroche de elegancia y elitismo, cuánta
cultura sintetizada; después de todo, lo suyo es el estilo, que lo es todo en
literatura, incluso si se trata de crítica de cine.
Asombrosamente
en consecuencia con este precepto, Para matar a Robin Hood es entonces un hecho
estético absoluto; que exhibe su bastardía revolucionaria —y con razón— como su
mejor atributo. También después de todo, una revolución no es sino una reacción puritana y
revivalista, alzada contra la corrupción de las convenciones; que establece
consigo su propia convencionalidad, y se dirige presurosa a su también propia
corrupción.
De
ahí que el estado de iluminación sea esa contradicción permanente de la bastardía;
sobre todo si esta naturaleza estética se fija con la elipsis perfecta del
título, empujando a un segundo lugar el valor crítico de las críticas. Por
sobre todo, NDDV pertenece a una generación de epígonos; cuya única
originalidad posible reside en la retorcedura freudiana de amar a la madre
matando al padre, que es Robin Hood —y también Guillermo Tell—.
Eso
no es desdoro, aunque sí más litúrgico que ritual en el estilismo; pero también
en definitiva, todo el mundo recuerda la majestad de las misas barrocas, no la
modestia de las primeras conmemoraciones. Es bueno así que alguien nos recuerde
cómo se era Caín, en medio de tanta pobreza; que es quizás la parábola verdadera y perfecta, con la que a
pesar del tiempo se logra matar a Robin Hood.