Performance
Cuando
Beyoncé sacó su álbum Lemonade, se le
relacionó con la posibilidad de una infidelidad de su esposo; se pasaron por
alto los méritos artísticos tanto de la propuesta total como de esa canción en
específico, y se concentró la reacción en el chisme. Lo cierto es que todo el álbum
es una catarsis existencial, centrada en la raza como problema político; como
queda en claro la reacción virulenta del público mismo a su actuación en
el medio tiempo del Superbol de aquel año (2013), con Formation. En esa época la artista viaja a Cuba, y corren a los
rumores de una iniciación en la Regla de Osha; su trabajo, en todo caso, cobra
una textura étnica de la que al menos no había hecho gala hasta entonces; ni
siquiera por el tremendo filón comercial que siempre significó, en un mercado
manipulado por la tradición seudo liberal del intelectualismo norteamericano.
En la misma tradición de la Regla de Osha
cubana, es habitual la referencia a esta catarsis en mujeres cantantes; que identificadas
con la diosa Oshún derivan en una suerte de locura, no siempre en un sentido
positivo o reivindicativo. Así, el nombre de Beyoncé se vería respaldado por el
de divas cubanas como —entre otras— Celeste Mendoza y Rita Montaner; hecho
respaldado por la participación en el álbum, siquiera en cameo, del dúo Ibeyi, de
las hermanas Lisa y Naomi Díaz, también cubanas. Esto es interesante, porque
Beyoncé proviene de la fuerte tradición de la música popular de los negros
norteamericanos; precedida por Whitney Houston, en quien se inspira y cuyos
pasos en principio sigue, como esa cantante negra exitosa para los blancos.
La misma Whitney es un caso parecido, sólo
que sin esa catarsis que la haga derivar en un sentido étnico; más bien como una
conclusión existencialmente estrepitosa, que con Beyoncé se redetermina a un
nuevo nivel. En este sentido, más allá del propósito político, e incluso de la
posible anécdota de infidelidad, lo importante es la performance misma; en una
artista ya controversial en todos los sentidos, desde los dúos freak con Lady
Gaga hasta las acusaciones de plagio, con coreografías claramente inspiradas en
éxitos ajenos. Se trataría aquí de esa ambigüedad de la actuación, que se abre
como una manifestación del espíritu; y que en este caso sería el de Oshún como
una naturaleza, aunque normal y desgraciadamente confundida con mitos urbanos
como los de los Iluminatis.
No se trata de si el mito de los Iluminatis es cierto o no, ni de su
Beyoncé es una princesa de ellos o no; sino de la humanidad que se quiebra en
el arte, dando lugar a la manifestación más pura del espíritu; y que incluso si
extremadamente individual en la performance, es en ello que refleja una
naturaleza y una dinámica, de valor absolutamente existencial. Sería en ello
que resida la función reflexiva del arte, como comprensión de las
determinaciones trascendentes de la realidad; inevitablemente en decadencia
como práctica, debido a la suficiencia desarrollada por las ciencias convencionales
al respecto, pero todavía pertinente.