Wednesday, January 9, 2019

Marguerite & Florence, las dos orillas del cine


Cuando un filme europeo triunfa, Hollywood compra los derechos para corromperlo estéticamente con su textura singular; ha pasado desde la dualidad de Roxanne (El bombero) Vs Cyrano de Bergerac, la de La cage aux folles (The bird cage) —que es probablemente la mejor— y la terrible de Three men and a baby Vs Trois hommes et un couffin. Esta vez se ha trenzado la cuerda a la inversa, y han sido los franceses los que se han inspirado en un drama norteamericano; se trata de la dupla de Florence Foster Jenkins Vs Marguerite, pero como un nuevo encuentro de titanes entre las dos cinematografías. 

Cuesta pensar que el elitismo francés se fijara en un drama anodino de los habituales en Hollywood, pero así fue; puede que porque ese drama hollywoodense, muy en su tónica de comedia ligera, mostrara su tremendo filón existencial. Lo cierto es que los franceses consiguen con este drama una metáfora de la naturaleza humana y su realidad; que no disminuye para nada la propuesta norteamericana, y hasta se distancia de ella con ese sentido propio que la hace trascendente. 

El filme norteamericano es una biografía, que recrea ese carácter freak de la cultura norteamericana; en un drama que sólo puede haber tenido lugar aquí, y que es el de Florence Foster Jenkins, la peor cantante del mundo. La factura es buena en todo sentido, con un libreto sin sorpresas y las actuaciones de Hugh Grant y Meryl Streep; ambos con esa monstruosidad de performances, él con más muecas de Jim Carrey y ella sobresaturándolo todo con su exceso. El filme francés expone en su virulencia el seco cinismo que nos ha llevado a donde estamos, con su fábula del rey desnudo; es actuado a la francesa, con comedimiento profesional, bajo la mano del director y no en función de los actores sino a la inversa.

Uno entiende por qué un filme es actuado por Meryl Streep y el otro por Catherine Frost, favoreciendo el elitismo francés; en todo caso, a los norteamericanos nunca le interesó el torcido poder de la imagen, en su seco sentido industrial. Eso no hace desmerecer a la propuesta gringa frente a la francesa, la singulariza, afirmándola en el carácter popular de su cultura; pero son dos filmes que es bueno ver por separado, no como en los otros casos, que de tan excluyentes se niegan entre sí.

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