Monday, July 1, 2019

La queja y el arte de Pedro Juan Gutiérrez


En una entrevista reciente, el cubano Pedro Juan Gutiérrez se queja de que su literatura sea reducida a sexo y política; como si no fuera él mismo quien redujera su escritura a una serie de clichés entre el sexo y la política, que han sido su fórmula de éxito. Como el Leonardo Padura posterior a Fiebre de Caballos, Gutiérrez descubrió en Trilogía sucia de la Habana una fórmula de éxito fácil y recurrente; pero ellos no son los únicos exponentes de un fenómeno que afecta a la literatura como arte, en su universalidad.

Se trata de una propiedad del mercado en su redeterminación de las relaciones en que se estructura la sociedad; ni siquiera como corrupción de estas, sino con la simple derivación de sus proyecciones objetivas. Esta derivación proviene de que estas relaciones antes se dirigían a la oferta de un objeto a cambio de un dividendo; ahora se dirigen a la búsqueda de dicho dividendo con la producción de dicho objeto, manteniendo artificialmente su necesidad.

La diferencia es objetiva, y en ello ni siquiera es sutil, en un caso se satisface una necesidad real y en el otro no; el fenómeno es de todas formas legítimo, como todo lo real, pero el fraude es absurdo, porque lo que es sí es y lo que no pues no. Gutiérrez aprovechó una coyuntura comercial, y a esa agudeza debe su éxito, no a un mérito literario; simplemente porque la literatura no es in propósitos narrativo sino una destreza para explotar recursos formales… que él no despliega.

Eso es lo que diferencia a la literatura del periodismo, con una distancia que no se recorre a voluntad sino con talento; esa es la otra diferencia que ignora el mercantilismo, en esa prepotencia desde la que lo único que ofrece es dinero, no trascendencia. Tampoco debería haber motivos para la frustración, pues la trascendencia no existe sino como condición propia de lo inmanente; así que si alguien pretende el éxito literario será sólo un pretencioso, y como eso inevitablemente será como trascenderá.

A diferencia de Gutiérrez, Padura aún explora siquiera tangencialmente temas con densidad histórica propia; aunque con deficiencias narrativas, eso le permite desbordar el estrecho límite de los clichés políticos y sexuales. Ese no es el caso de Gutiérrez, que se limita a inflar la morbidez de la depauperación, ya de por sí naturalmente sórdida; pero Gutiérrez proviene del periodismo propagandístico, ni siquiera del de pretensiones de profundidad literaria; eso quizás explique la confusión entre lo sórdido y lo mórbido, como recursos diferentes para la expresión literatura.

Conseguir una ambigüedad que transparente lo mórbido en lo sórdido, requiere la destreza de la que carece un agente de ventas; no un agente literario, que pondría al servicio del de ventas su agudeza estética. Pero eso era antes, cuando el capitalismo no era corporativo y el mundo editorial no se limitaba a un par de imperios; que tratando de explotar más a un público cautivo como fugitivo y elusivo, comenzaría a ahorrar recursos cortando especialistas.

Los tiempos son otros, y el problema con Gutiérrez es que ya sólo puede repetir su fórmula eterna; pero para lo que sólo cuenta con la ayuda de periodistas complacientes, incapaces de retener al público desde la burbuja de su complacencia. Entre los desaciertos de dicha complacencia están las comparaciones oportunistas, como la que lo ancla en el valor de Bukowski y Zoé Valdés entre otros; cuando el primero no pasaba de ser un seudo estoico de valores efímeros, moralistas y discursivos.

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Más ilustrativa sería la comparación con Valdés —como con Hemingway— que aquí es excesiva, reduciéndose a lo temática; e ignora los sinnúmeros recursos expresivos de que hacen gala esos escritores, no importa lo que diga un periodista complaciente. En resumidas cuentas, Gutiérrez es a la literatura lo que Paulo Coelho, un oportunista con tanta suerte que desconoce hasta los límites del sentido común; que es el peligro de la soberbia mercantilista, contra los que siempre han advertido todos los credos, por los efectos de su obnubilación.

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