Inocencia, de Alejandro Gil
Todo suceso político puede convertirse en
una obra importante, por el dramatismo que encierra; esa es la materia de la épica
por ejemplo, como base del poder secular de la literatura. Sin embargo, ese no
es el caso de Inocencia, filme con que se trata de recrear el asesinato de
siete estudiantes se medicina que estremeció al país en 1871; y la razón es que
no se trata de una recreación de los hechos, sino de una burda manipulación política;
puede que inocente, en su mera factura en los estudio de las FARC, pero burda
igual.
De entrada, la historia no es creíble en
su retrato de la violencia de los voluntarios, más allá de si fue cierta;
porque el problema principal, que es gravísimo, es de dramaturgia y guion, y
este a su vez se debe a su previo compromiso político. Otra cosa habría sido una
ponderación de la realidad política, sin al margen del discurso de la guerra
necesaria y la gesta independentista; mostrando la textura contradictoria de
esa guerra, que se hizo contra la voluntad popular de pertenencia al imperio
español.
Las cifras y múltiples análisis lo demuestran,
desde la misma necesidad de una invasión devastadora a Occidente; que se debía a
los mil intereses que separaban al país en la diversificación de su economía,
entre el autonomismo y la anexión a Estados Unidos. Según fuentes
periodísticas, llegaron a haber mucho más cubanos voluntarios del ejército
español que insurrectos; y la misma inteligencia reconocía la poca popularidad
del proyecto independentista, sobre todo en esa región del país.
Una serie sobre la historia no contada de Cuba, en YouTube |
Más allá de eso, y sin dudas por esa
función hímnica y apologética, el filme muestra muy desiguales resultados
técnicos; desde un guion pobrísimo, con la dramaturgia más simple del mundo, hasta
las actuaciones, que van de la excelencia al infantilismo, con un reparto desatinado.
La debilidad del guion se trató de compensar con cierta estructura dramática,
que proyectaba la historia como feed back; pero eso sólo sirvió como un efecto más
o menos esnob, incapaz de paliar los defectos.
El problema fue simple, la historia es
encartonada, con una férrea línea entre buenos y malos, que nunca resultan
humanos; obligando incluso a actores de experiencia a llevar sus caracteres al
nivel de cliché —que es un recurso legítimo— tratando de salvarlos. Eso no fue
siempre posible, dada esa otra debilidad del reparto, que contrapuso figuras con
muy desigual poder de actuación; como fue el caso del enfrentamiento del
experimentado Héctor Noas como capitán de voluntarios, con un Caleb Casas por
algún motivo inusitadamente imberbe.
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El elenco unió a estudiantes de actuación
con estrellas probadas del cine cubano, pero estas por lo general figuraban
como incidentales; así que las actuaciones tendieron a la mediocridad, con esa
notable excepción de Noas, quien sin dudas tuvo que bastarse a sí mismo; no
sólo le dieron un personaje plano y esperpéntico, sino que además el maquillaje
fue de lo peor. Las caracterizaciones en general fueron muy buenas, como es
típico de las producciones cubanas, casi documentales; pero ni eso ni la
dirección magistral de fotografía, a cargo del maestro Ángel Alderete, pueden
nada contra la fatalidad argumental del guion.