Tuesday, June 16, 2020

La bandera de Oshún


Al maestro Mario A. Martí Brenes, que ve
donde sí hay
En un patakí de Ifá, todos los hombres se preparaban para una guerra terminal, de todos contra todos; y el mismo Orumlá, que sabe todas las soluciones porque lo ha visto todo, no sabía qué hacer. No se trataba sólo de la inminencia del conflicto o de su inmediatez, sino incluso de su totalidad; porque era de todos los hombres contra todos los hombres, y obviamente ninguno sobreviviría semejante fatalidad.

Cuenta la leyenda que cuando ya sólo faltaba el último cornetazo, Oshún pasó desnuda por entre los guerreros; que estupefactos por aquella belleza deslumbrante y repentina, no supieron cómo reaccionar de momento. Ganado aquel segundo de estupor, la diosa se tomó el tiempo de hacer el amor con cada uno de los soldados; lo que tomó bastante tiempo, pero no importaba, pues todo el mundo quería su momento de supremo placer.

Siempre según la leyenda, cuando el último de los guerreros se vio satisfecho, todos estaban contentos; tanto que ya nadie habló de guerra, puesto que la más suprema (animal) de sus necesidades había sido satisfecha. Viendo eso, Orunla —que significa poder del cielo— se dio cuenta que aquella diosa tenía la facultad que a él le faltaba; y que era la más importante de todas, no el conocimiento sino la satisfacción de las necesidades individuales.

Es en este mito en el que se explica el matrimonio de Orumlá con Oshún, como culminación de la obra del mundo; que ahora puede no sólo ser explicado sino de hecho realizado, en esa satisfacción de toda necesidad. Eso explica fenómenos como el de la Fornés, cuya sensualidad sublimaba toda la aspiración nacional en un espíritu; que así permanece más allá de toda politización, porque la razón es siempre relativa y en ello poco importante, intrascendente.

Oshún, patrona del sexo y de las prostitutas, se le asocia con el amor, por la Caridad venerada por los cubanos; pero más cercana a Afrodita, es más bien la satisfacción de toda necesidad, que alguna idea romántica sobre sentimientos ambiguos. Como mismo Eros es hijo de Afrodita, el amor puede ser para los negros el Eleggua que pierde y redime a Oshún; no esa Oshún, que siquiera tiene la violencia aportada a Cuba con la gitanería de los curros, no por los bozales que ella apadrina.

Rumbera de disciplina pero obviamente no de vocación, llegó a cantar y bailar la denostada timba con el grupo Dan Den; pero sin esa faceta zafia que podía ilustrar el mundo alrededor de la rumba, distaba de la Mendoza o la Sevilla. La razón no es ni siquiera paradójica, si la cultura no se limita a los arrabales en que nace; sino que también recoge las cumbres a las que se dirige, y en las que reinó la Fornés, como ninguna otra cubana.

Ni siquiera Alicia Alonso, la única que se movió en sus alturas, puede comparársele en ningún sentido; ni por las dimensiones del diapasón, por la gama que cubrió la Fornés, ni por el valor institucional. Esa es de hecho la singularidad que la mantiene impolitizable, en el esplendor de su individualidad y suficiencia; pues la Alonso quería un emporio —y para eso hay que rebajarse a lo político—, no una individualidad. 

No hay que atribuir significados a los signos, que en la voluntad se equivocan por lo pretencioso; pero la Fornés puede ser esa encarnación, que rebasa los límites del mestizaje, encajando la dureza del negro marginal. Más que la Cecilia cuya entrada cantó, la Fornés parece la Ilincheta que no comprende la muerte de su prometido; por eso no está en sus manos arreglar un problema que no tiene arreglo, porque a nadie le interesa arreglarlo; pero sí retiene en ese misterio de su propia resiliencia, esa facultad para el perdón y la unidad nacional.

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