Tuesday, October 26, 2021

Orfeo negro como explicación del fracaso existencial de la negritud como fenómeno político

 Orfeo negro no es sólo una introducción de Jean Paul Sartre a la antología de poesía negra y malgache de Sedar Senghor; también es, en ello mismo, el muestrario ejemplar de los yerros de Occidente en su comprensión del negro; y también en ello mismo, cómo sigue Occidente determinando esta percepción del negro sobre sí, subordinándolo a su propio sentido. Se trata por tanto de una perpetuación ideológica de los mismos principios que sustentan al racismo occidental, incluso en su eurocentrismo; una contradicción que se hace apoteósica, cuando el mismo Sartre explica cómo esto hace de la poesía en lengua francesa la única verdaderamente revolucionaria.

Contradictoriamente —sobre esa contradicción— no está equivocado en principio, pero desconoce la raíz del problema; y el error nace con la misma pretensión de que Sartre prologue esta antología, en busca de su legitimación. Es en esta búsqueda que el negro vuelve a someterse a Occidente, y hace de todo el fenómeno de la negritud una mascarada; agitando pancartas de la libertad, pero como se exhibían las mandíbulas de los negros en los mercados, esta vez intelectuales en vez de comerciales.

Respecto a ese carácter revolucionario de la poesía en lengua francesa, es excesivo pero apunta a su origen; que siendo cultural es de todo el desarrollo ideológico de Occidente, florecido en el inmanentismo moderno; que nacido en la crítica cartesiana al trascendentalismo antiguo, vuelve a contraerse en ese sentido que adquiere a partir del humanismo. De ese modo, la cultura moderna es tan trascendentalista como la antigua, luego del impase del inmano trascendentalismo cristiano; pero aunque ahora —y ahí está la vuelta del desarrollo dialéctico— como trascendentalismo histórico, que no es menos determinista y absoluto.

De todas formas, significa un acercamiento —como contracción— a la conciliación de las contradicciones hermenéuticas primeras; con una comprensión paulatina del valor inmano trascendente de la realidad en cuanto humana, como un desarrollo comenzado por el idealismo trascendental kantiano. Esta es en ello la contradicción primera, que explica la incomprensión moderna de los problemas del individuo; sujetándolo a las necesidades políticas de la sociedad, no menos supuestas —en tanto morales— que las religiosas.

Asombrosamente, Orfeo negro actualiza el proceso de capitalización, que ya va de comercial a intelectual; como mismo antes fue de militar a comercial, sin que eso cambiara el autoritarismo de la estructura básica de la sociedad. Eso lo demostraron los regímenes socialistas, y desde su nombre el prólogo sujeta la interpretación de esa poesía a la tradición estética occidental; que es como opera esta actualización, en tanto hermenéutica, de las determinaciones ontológicas del Ser.

El mismo mito del que parte la figura es un mito fundacional de esa hermenéutica, en su estado más primario; que contrario al de la tradición semítica —como grecolatino— explica la humanidad en su trascendencia, pero en la fatalidad del humanismo. En el mito semita, la tradición judía corrige el original, y consigue la transición a la cultura como realidad; al sujetar a la naturaleza de lo femenino (Eva), excluyendo su sentido de la libertad (Lilit) a sus necesidades políticas.

El mito grecolatino no es político sino existencial, porque su institucionalidad religiosa carecía de ese poder; es a este sentido al que aspira la poética negra, incluso como interpretación de la experiencia existencial de la negritud. Como defecto, tiende al mismo fatalismo de la dialéctica hegeliana, que no por gusto se funda en Platón; de ahí el determinismo absoluto, que la compromete con el valor políticamente institucional de la revolución moderna. No obstante, es una explicación —en los mismos términos de Occidente— de los problemas antropológicos de la cultura; en la que el negro ofrece esta posibilidad de redención, incluso en esos términos que le ofrece su concepción peculiar de la humanidad.

El problema con Sartre es que niega este reordenamiento ontológico, subordinándolo al determinismo político; con el mismo sentido de trascendencia absoluta tradicional, aunque ahora aplicado a la historia como realidad. De ahí que Sartre reproduzca los mismos principios del racismo occidental, apropiándose del problema racial; que subordinado a las supuestas necesidades políticas de la sociedad moderna, vuelve a ser la fuerza como su capital; esta vez en ese sentido ideológico, elaborado por las élites intelectuales, en función —originalmente propia de la subestructura religiosa— de justificar una realidad como trascendente, por su valor revolucionario.

La negritud, en cambio habría tenido un valor propio, incluso en ese mismo sentido de contradicción hermenéutica; sólo que también habría fracasado, en esta subordinación de su poética a la pretensión política del intelectualismo moderno. Por eso, como Orfeo, fracasa en su destino de realización, y deviene en una evolución truncada, incapaz de superar sus dificultades; el placer de Eurídice, como su propia realidad, se esfuma por esa prisa con que aspira a la legitimación convencional, con la mediación de Sartre.

Las ménades, serán la compulsión potestativa de la misma individualidad, en busca de realización; y se vuelven contra él, irritadas por esa incapacidad de vivir la frustración, que incluso fuera él mismo quien buscó. Orfeo negro descendió a la iridiscencia de Proserpina, que brillaba en la inteligencia de Sartre como reina; pero su propia naturaleza le hizo exceder las rigidez del mandato divino, y muere en esta contradicción, a mano de sí mismo como esas ménades.


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