Jesús Guanche y el racismo estructural cubano II
Eso es lo que hace al negro valioso a la cultura cubana,
corrigiendo los errores de Occidente, desde su marginalidad; pero es justo lo
que niega este Occidente, persistiendo en esos errores, desde su
institucionalidad política. Ortiz es entonces como el Pedro que legitima el
papado de la cultura cubana, en cuya silla se sienta Jesús Guanche; sostenido
por una teleología trascendentalista, que depende del mito fundacional
martiano, como el catolicismo del Cristo.
Cuidado también con eso, porque este catolicismo trascendentalista no es el de la patrística y sus trifulcas teológicas; es precisamente el agustinita, ya sellada esa bulliciosa patrística y cerradas las escuelas griegas, como en Cuba las religiosas. Lo que hace interesante e inaceptable la crítica de Lachatañeré, es entonces su carácter positivo antes que positivista; al partir de la práctica religiosa como funcional, antes que de la existencia o no de su objeto propio en la trascendencia de lo divino.
Eso es precisamente lo que hace de la de Lachatañeré
una postulación de la práctica religiosa, por su funcionalidad; esquivando la
digresión que diluyera al Idealismo en la existencia o no de Dios, dificultando
la corrección de sus excesos. Después de todo, la cuestión de Ortiz no es esa
existencia o no de Dios, sino su repercusión política como orden social; y
Lachatañeré tampoco está en desacuerdo con sus premisas políticas, sino sólo
con su consecuente marginación del negro.
Eso es por supuesto contradictorio, pues el valor del
negro reside en esta marginalidad, pero permite su comprensión; como en
definitiva una primera corrección del exceso positivista de Ortiz, en lo que es
ya un extraordinario extrapositivismo de Lachatañeré. La contradicción de
Rómulo Lachatañeré estaría en esa insistencia suya en la justicia social, antes
que este valor existencial; del que él es consciente, ya que es la forma
peculiar en que defiende su noción no menos peculiar de justicia.
Doctor Subtilis de esta escolástica, Guanche renueva
la tradición teológica del agustinismo que sostiene a Occidente; después de
todo, actúa desde esa reforma luterana que es la revolución al catolicismo patrístico
de la cultura popular; con esas sospechosas devociones, que tanto avanzan lo cubano
por esas vías heréticas —no ortodoxas— del sincretismo. Esto será lo que
mantiene estancada esa estructura de la cultura cubana, sublimada en el
discurso de su mito fundacional; sobre el que vela el Obispo de la antropología
cubana, desde la silla de Ortiz, que todo lo legitima en su ambigüedad.
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