Sunday, December 15, 2024

Marimón, o el ángel de la jiribilla ataca de nuevo

El más grave problema —o uno entre todos ellos— del arte contemporáneo, no podría ser una mala calidad; que es imposible, dados los altísimos niveles de educación, y la abrumadora cantidad de referencias con que cuenta. El problema estaría en la irrelevancia, por la que los artistas se repiten unos en otros, penando por la originalidad; que los empuja al subjetivismo, del que cuelgan sus justificaciones —no reflexiones— existenciales como políticas.

La salida a este embrollo sería el juego, que optando expreso por la banalidad consiga en cambio hacerse profundo; lo que no es tan paradójico, ya que sería en esa finta que el poeta esquive al lugar común, tanto como el falso existencialismo. Después de todo, el subjetivismo no tiene valor existencial propio, siendo sólo eso, subjetivo y en ello banal; cuando es el valor existencial lo que otorga trascendencia al arte, como un sentido que lo justifica en sí mismo.

Ese precario equilibrio es la cuerda que recorre Javier Marimón, como un ángel de la Jiribilla de la poesía contemporánea; jugando con un estructuralismo sutil y sorpresivo, que rebasa la brevedad del haikú con el exceso que lo hace arte. Entiéndase, el haiku —como toda forma poética— es también susceptible de la recurrente banalidad, en el esnobismo; pero también —como toda forma poética— ofrece la posibilidad de la sorpresa, en un giro inesperado de su función reflexiva.

Eso es lo que hace Marimón, invirtiendo su estructuralismo taumatúrgico, basado originalmente en la sensibilidad; pero que ahora parte de la inteligencia, como el Cogito cartesiano, pero sin las cortapisas del método, en el puro juego. Con eso, Marimón logra esquivar la banalidad, al esquivar el esnobismo que la produce, retomando la sensibilidad occidental; y explotando la maravilla increíble de su inteligencia, para acceder a la otra sensibilidad, en que la reflexión vuelve a ser existencial.

Eso es sumamente retorcido, pero tenemos la experiencia del Barroco, que parió hasta el exceso del neoclasicismo; así que la pirueta cumple su cometido, escapando a toda representación (fantasía), para imponer su propio sentido. Hay herramientas básicas —e increíbles— para ese trabajo, como el no dejarse abrumar por el exceso de información; pero eso es lo de menos, lo genial es la fulguración del verso que consigue, como de cristales que estallan y refractan la luz; porque al fin y al cabo se trata de una reflexión y no de la vulgaridad de un discurso, permitiéndose el lujo de la sensibilidad.

Hay todavía tránsito y desarrollo en la poesía de Marimón, pero inesperados como las vueltas que da el carrusel; yendo de la perfección de las Sinalectas (2016) a la brusquedad de Escritura de letra alfa (2018), al respiro de Témpanos (2021). Sobre todo en el último, el autor parece recuperarse de un giro demasiado abrupto en el segundo de los tres; como un experimento costoso, no en términos formales —que habría sido grave— sino experiencial, poniendo pollo en el arroz con pollo.

Es difícil toparse hoy con un autor que genere ansiedad y expectativas, curiosidad sobre su próximo muñequeo; eso —más que una pieza concreta— daría el tamaño efectivo de ese autor, estableciendo un vínculo duradero con su lector. Marimón es así un autor que se agradece, que refresca con sus ambigüedades, porque es amable hasta en la burla; recordando los tiempos en que la poesía era posible y los poetas eran bandidezcos, no vetustos profesores de filosofía.

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