Apéndice de la cuestión católica en el Kongo Bonito
Esta disolución de lo mágico en las convenciones
pastorales de la teología, redundarán en el efecto secularizador; pero
retardado por ese núcleo espiritualista, que radicalizará a las órdenes
religiosas, en su contradicción del orden diocesano. Esto habría permitido una adecuación, por la que —al
menos en principio— se preservaría esa naturaleza mágico religiosa original; en
un pragmatismo que canalizará incluso una teología disidente en la práctica
pastoral, como la Casuística jesuita; que rescata al realismo de la presión
agustinista en la escolástica, a pesar de los sofísticos debates sobre
universales[1].
Los jesuitas no participaban del movimiento recoleto,
viabilizando el inmano trascendentalismo medieval de los dominicos; que incluso
rescataban de la presión trascendentalista (agustinita) de los franciscanos,
con esa actualización en la Casuística. Nótese que, aparentemente hermanadas en
la predicación, las órdenes dominica y franciscana son en verdad opuestas; no en
función de complementariedad, como sugieren sus respectivos lemas, sino de contradicción
directa.
También, claro está, la iglesia ortodoxa no se establecía
como un poder paralelo al estado en su supra nacionalidad; que es lo que empuja
a la iglesia católica al intelectualismo, justificando su emergencia histórica,
como trascendental. Como conflicto, esto no es ni siquiera meramente político
sino enteramente cosmológico; estableciendo con ello la hermenéutica de la crisis
misma —ya de suyo hermenéutica— que provoca, con el problema protestante.
Esto también explica el problema por suscitado la
devoción antonina en ese contexto, desviado en su función crística; ya que el
concepto religioso bantú, en ese contexto específico, lo identificaba con la
función mágica de la nganga. Si los capuchinos hubieran aportado una devoción
mariana, como los jesuitas, se habrían evitado la distorsión teológica; ya que
al centrar la práctica en la figura de Cristo, no le transfería su significado
mágico (nganga) a la figura devocional del santo. Esta peculiaridad de los
capuchinos, es lo único que explica al conflicto teológico del movimiento antoniano
de Kimpa Vita; que es de suyo excepcional y no universal, como todo desarrollo
histórico, en tanto dependiente de sus circunstancias.
[1] .
El problema de los universales vendría afectando la convencionalidad de la doctrina
católica, con su peso político, desde el siglo XI; pero formaría parte de ella,
al punto de su misma realización dialéctica, desde la patrística, consolidándose
con San Agustín. Esto se debería a la tensión crítica en que se desarrolla este
fenómeno, que es de carácter abiertamente epistemológico; al darse en la
contradicción platónico-aristotélica, pero con referencias hasta la ontología herácliteo-parmenídea.
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