En algún texto perdido, Octavio Paz afirmó que Picasso
destruye las formas, que es sólo otra manera de exaltarlas; eso sería lo que
haga valioso al español, contra la vaciedad del italiano, que no destruye y por
ello tampoco exalta. Lo paradójico es que se tenga a Maurizio Cattelan como
provocador, en vez del mero producto del mercado, en su manipulación; expresando
un fenómeno que lo trasciende, al agotarse sin retroalimentación en el ego, como
una cuestión de marca.
El fenómeno, que sin dudas lo trasciende y que él sólo
expresa, sería la crisis comenzada por el Surrealismo; realizada en esa
extensión del arte contemporáneo, desde el precedente de Duchamp, con su
secuela de los ready made. No se trata de que no tenga sentido, sino que
este sentido es insubstancial, al punto de la falsa atribución de valores; reduciendo
el arte a su comercio, en un proceso comenzado por la apoteosis formal del
Renacimiento, con su corrupción.
El problema es que en aquel entonces tuvo sentido, al
resolver otra crisis, dada por el inmanentismo filosófico; que desde Descartes
redujera lo real a su aspecto inmanente, sin admitir otra trascendencia que la
histórica, con Kant. Esto impulsaría al romanticismo, apelando a lo Irracional,
que no es contrario a la Razón sino que lo trasciende; explicando la emergencia
surrealista, luego de la otra contracción —todavía formal— del Simbolismo
literario.
El problema es sin embargo insoluble, manteniendo esta crisis
como naturaleza, en el callejón sin salida del racionalismo; al que en esa otra
naturaleza comercial doblega a la crisis surrealista, en el egocentrismo y el
subjetivismo contemporáneos. Eso, que se vende como conceptualismo como una
cuestión de marca, es entonces sólo la crisis de banalidad contemporánea;
marcada por la apoteosis de la clase media como falsa aristocracia en su
elitismo, que tiene que defender sus intereses de clase.
Curiosamente,
la clase media se niega a la depauperación evidente que la revierte en
proletariado, pero con la banalidad; ya que carece de poder productivo para
sostener una emergencia consistente, como curas asombrados por el ateísmo. La
comparación de Cattelan con la historia del rey desnudo no es una doxa
moralista, sino apenas el registro de una realidad; que es inevitable, por la
incapacidad de Occidente de acceder a su propia trascendencia metafísica, más
allá de lo histórico.
Eso a su vez se
deberá a la pérdida de los instrumentos hermenéuticos de su cultura, con la
falsa apoteosis de la razón; proceso que se culmina en Descartes, pero que
comienza desde Platón, con la institucionalidad de la filosofía. De ahí la
paradoja de esta la crisis Cattelan, comenzada cuando el Surrealismo se vuelca
a lo que llama “arte primitivo”; que es primario, al atenerse a su función reflexivo
existencial en el utilitarismo religioso, pero no primitivo en su sofisticación.
Obsérvese que ese
arte llamado primitivo no puede serlo, si de hecho se culmina en su función, como
existencial; siendo así un arte completo, sólo que con un objeto propio en esa
reflexividad, distinto del vacío gnoseológico de Occidente. De esta vaciedad sería
que parta esa fascinación surrealista, que desde entonces sólo busca hacerse
experiencial (performático); pero sin conseguirlo, porque ese experiencialismo
es intelectualista y no existencial, perdiendo la base de su reflexividad.
El proceso es corrompido
además por la otra determinación del mercado, que fuera la que comenzara su
distorsión; al potenciar la capacidad de abstracción del razonamiento, imponiendo
su naturaleza transaccional al lenguaje; con la inclusión de representación
vocálica al alfabeto fenicio, con su derivación al vacío de poder micénico.
Como se ve entonces, el proceso no es sólo complejo, sino que por fin llega a
su estadio culminante, en esta crisis; que sólo se llama Cattelan por la nimia eventualidad
en que se expresa, no porque él le añada alguna densidad teórica.
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