La transición de la edad del bronce a la del hierro permite una comparación curiosa entre Oriente y Occidente; que no se limita a lo técnico, sino que atraviesa toda la organización social y política de ambas civilizaciones. En China, por ejemplo, la producción tecnológica siempre estuvo ligada al poder central y su infraestructura; el bronce no circulaba como mercancía sino como objeto ritual, controlado por talleres estatales, a través de la aristocracia.
Así en China, los calderos y los juegos de campanas, eran símbolos de soberanía más que bienes de consumo; y de modo similar, la cerámica se desarrolló en hornos de gran escala, para abastecer y sostener la logística de poblaciones extensas. Cuando aparece el hierro, en el siglo VIII a.c., ya está integrado en esa lógica infraestructural ya establecida; se producen en masa herramientas agrícolas y armas, incrementando la productividad, que permite el despliegue de ejércitos más amplios.
En suma, en China la técnica es parte de la infraestructura imperial, en su esfuerzo de unificación territorial; pero en Occidente, por el contrario, la producción técnica estuvo marcada por la tensión artesanal del comercio. El bronce dependía de redes no estatales, y era manufacturado por talleres locales, que abastecían al mercado; la cerámica griega —de Etruria a Micenas— es ejemplo de recursividad, con su calidad y diversidad estilística; pero producida en unidades relativamente pequeñas, tanto si orientadas a la exportación o al consumo interno.
El hierro se generaliza tras la crisis de 1200 (a.c.), pero no lo hace por alguna planificación central o logística; sino porque resultaba barato y abundante en cada comunidad, y su adopción fue local y descentralizada. Esto permitió armarse a cada ciudad estado o pequeño reino, sin depender de las largas redes de suministro; y ya aquí la técnica es una respuesta a la demanda mercantil y a la competencia artesanal, no estratégica; con una función sin dudas infraestructural unificadora, pero no como propósito, sino como consecuencia.
Es esta consecuencia la que difiere, con una industrialización en China, que provoca el salto técnico al hierro; partiendo de sus hornos de gran escala de la artesanía cerámica, que permite esa fundición también a escala; redundando en la mayor fuerza infraestructural del imperio en expansión, sin desarrollo de una burguesía. Mientras, el salto técnico se da en Occidente como parte de la diversificación mercantil, basada en la excelencia artesanal; que redunda en una difusión horizontal de técnicas, pero sin una infraestructura capaz de masificar esa producción.
Así, la simple diferencia cronológica, es en realidad un reflejo de estructuras más profundas, incluso cosmológicas; con la tecnología como infraestructura del poder en China, y mercancía —de potencia burguesa— en Occidente. Por eso la industrialización moderna China es más brutal hasta que la rusa, responde a su cultura hiper organizada; que en principio es suficiente, pero no puede seguir el ritmo exponencial del mercantilismo en Occidente.
A caballo entre estas dos, Rusia no puede sino quebrarse, por la falta de una estructura suficiente y propia; no importa que alimentara su propio trascendentalismo del chino, a través de la ocupación mongola; porque eso lo hacía sobre las arenas movedizas de la expansión varega, que más recuerdan a la fenicia. De hecho, aunque con estas referencias en el trascendentalismo chino, el imperialismo ruso es incluso moderno; ni siquiera medieval, y mucho menos antiguo o hasta arcaico como el chino, que de ello extrae su función cosmológica.
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