Monday, October 6, 2025

Elogio del artista ya no adolescente

Alexandre Arrechea es uno de esos casos extraños en que el conceptualismo es esplendoroso, no otro lugar común; hasta el punto de que es problemático afirmar que sea conceptual, si su trabajo es tan obviamente formalista. De hecho, sería esa ambigüedad la que otorgue sentido al concepto en él, retomando la sorpresa de los primeros abstraccionistas; en este sentido en que el arte postmoderno es dogmático en su anti-dogmatismo, y toma mucha voluntad intelectual sobreponerse a esa contradicción.

Ahí es donde entra Arrechea, doblegando las formas para explorarlas en su residualidad, más allá del sentido original; haciéndolo contradictorio en lo inconvencional, porque el arte contemporáneo apuesta al sentido del sin sentido. El problema del arte contemporáneo es que esa intuición no funciona en la plástica como en la literatura (Lewis Carroll); simplemente porque en la plástica es más susceptible al ego del seudo intelectualismo, como no lo admite la literatura.

De ahí esta excelencia de Arrechea, obstinándose en lo formal, al estirarlo en su propio sentido como residual; en vez de contradecirlo en el antiformalismo, que es donde el intelectualismo muestra su vacuidad. Quizás valga la pena aquí jugar la más peligrosa de las cartas, y apelar al ascendiente racial del artista, ya no adolescente; porque —todavía quizás— sería está referencia la que se niegue al absurdo intelectual del antiformalismo.

No por gusto, hasta europeos curiosos observaron esa persistencia del sentido en las culturas africanas; como una protesta contra el dogma cartesiano, que ya mostraba su fatiga a principios del siglo XX. De ahí la madurez del artista, que puede experimentar en sus propias referencias, no importa si consciente de ello; porque lo que importa sería que haya sobrepasado la tormentosa adolescencia, y puede observar al mundo.

Arrechea sería así la última vindicación, incluso involuntaria, de la suficiencia reflexiva del arte en lo negro; como una capacidad singular, incluso para interpretar la aridez arquitectónica occidental, en su funcionalidad. Por eso cualquier exposición de Arrechea es una apoteosis de la forma, que cumple su propósito en sí misma; humanizándose en su trascendencia natural de lo humano, para mostrarlo como lo que es, que es real.

El concepto del conceptualismo contemporáneo es un sin sentido, incluso sí reconoce la existencia de la forma; porque la base del arte —en tanto reflexivo— es la forma y no el concepto, dándole sentido propio, como funcional. Lo original en casos como el de Arrechea, es que extraen este sentido propio de la forma, haciéndolo forma; ya desde esa manifestación suya como residual, una vez que está se agota en su función representativa.

En alguna parte, Octavio Paz afirma de Picasso que destruye la forma, que no es sino otra manera de afirmarla; y sería en esa paradoja —como falsa contradicción— que aflore ese sentido propio suyo, formal y absoluto. Sería en su negación que se desecha la forma, en la supuesta trascendencia del sentido humano, como racional; que es lo que resulta en sin sentido absoluto —distinto del recurso literario de Carroll—, por simple secuencia ontológica.

En esta secuencia ontológica, la trascendencia no existe en sí misma, sino como condición propia de lo inmanente; que lo es en tanto formal, y siendo en esta forma suya que reside su trascendencia, como su proyección. Pero todo ese desaguisado es comprensible, pues se trata de la apoteosis última del racionalismo moderno; en crisis como postmoderno, desde la sorpresa genuina de los abstractos y surrealistas que inauguraron lo postmoderno; pero definitivamente, no en el mimetismo de los que parten de esa contradicción (experiencia) como nuevo dogma (conceptual).

En esto consistiría el sentido de la forma, con casos como este de Arrechea, en el que se alarga y recrea; en otra proyección formal de esa consistencia suya, que crea otras formas, en el vértigo de la circularidad. Habrá otros, como el de Cundo Bermúdez o Víctor Manuel, en que la forma se repite agotándose en sí misma; que serán también legítimos, aunque uno sea más intelectualmente atractivo que el otro, por la experiencia; al menos en tanto este otra valide esa calidad suya como suficiencia formal, sin seudo intelectualismos.

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