Friday, August 8, 2014

De por qué y cómo las editoriales rechazan los éxitos editoriales

Sobre el sorprendente asunto de los manuscritos rechazados se ha escrito mucho, y casi siempre se peca por simplismo; la última de estas veces, la más atinada quizás, reconoce que el asunto no es tan simple y se queda con las historias mismas, que son sin dudas sorprendentes. No obstante, quizás el problema ni siquiera sea tan complejo como sutil en sus determinaciones; es decir, refiriéndose a otros problemas distintos de la relación directa entre producto [literario] y calidad [autoral]. Ni tan simple, como cualquier otra cosa, ni tan complejo, como cualquier otra cosa también; singular, en la medida en que el problema no es ético sino económico, y por tanto no se resuelve con la protesta ni la razón aparente. El problema se debería a ese crecimiento exponencial de las editoriales como agentes de producción; que al igual que el resto de los sectores económicos, habría evolucionado con el Capitalismo del modelo industrial al corporativo.
Es ya una obviedad que estos no son los tiempos en que se crearon las casas editoriales que hoy pueblan nuestra mitología; como titanes desplazados por la vulgaridad de un olimpo aburguesado por una proyección mediática que ha corrompido todo el proceso, como con el resto de la economía. Podríamos comenzar la explicación entonces por el ego de los autores, que se han dejado comprar por las editoriales más vulgares casi sin que tuvieran que hacerles propuesta alguna; desde el inicio mismo, en que Planeta apareció con sus regalías de futbolista y ventas masivas que prometían la semidivinidad al más anodino de los autores; algo así como asegurarle a cualquier escritorzuelo un status semejante al de Jorge Luis Borges y Octavio Paz, en el entresuelo engañoso de Vargas Llosa. En este punto ni siquiera la crítica era una dificultad a temer en serio, alimentando las ansias mediáticas de los mismos periodistas; que posando lo mismo de analistas que de cronistas en profundidad estaban ansiosos por lanzarse del trampolín a la piscina del éxito.
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Poco importa, más tarde o más temprano la abulia terminará por tragarse todo vestigio de mercado vibrante, porque eso es lo propio de las corporaciones; perdidas en un burocratismo inevitable que no puede seguir las pautas de un mercado real y que por tanto depende de su propia capacidad para determinarlo artificialmente con su poder económico. La paradoja de cómo y por qué se rechazan libros que son de hecho éxitos editoriales es tan simple que ya no es ni paradójica; consiste en que las decisiones las toman burócratas aburridos que pueden posar de editores interesados, porque como en toda burocracia el sistema está corrompido por el nivel de relaciones y el tráfico de intereses.

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