Tuesday, July 5, 2016

Ulises, pasión de Ítaca

Por Ignacio T. Granados Herrera

Hace muchos años, el reportero Pedro Portal organizó una colección de fotos de personajes de la cultura cubana en el exilio; que por supuesto, basaba su impacto dramático en la combinación de sus personalidades —y compleja trayectoria— con el arte mismo de su pericia técnica. La colección fue importantísima, tanto por su carácter inaugural como por este alcance histórico que le confirieran las personalidades que recogía; y tanto así, que devino en un modelo a seguir por otros fotógrafos profesionales con pretensiones más o menos intelectuales, que buscaban ese mismo impacto histórico. La diferencia estriba en que el objeto de estos otros era mediático, no exactamente artístico o histórico; lo que no es grave sino apenas natural, ya que obedece al proceso de decadencia en las artes, dado en el vicio progresivo de sus prácticas.

Como proceso natural de decadencia entonces, en principio no tiene nada de extraño que Ulises Regueiro siga también la senda abierta por Portales; salvo por la peculiaridad de que Ulises no es un profesional de la fotografía, en el sentido de esa excelencia técnica del maestro original. De ahí que el desarrollo alcanzado sea más que sorprendente, teniendo en cuenta además que como todo arte, la fotografía ya se repite en una serie de clichés formales; lo que hace más asombroso aún este desarrollo de Regueiro, que cubre toda la ruta de su propia determinación, como Odiseo atendiendo al murmullo de Atenea en sus oídos. Eso es lo que sorprende, de lo que resulta un homenaje —consiente o no— a la originalidad del pionero Portal; la madurez de la forma, conseguida con paciencia y esfuerzo, no en manual sino con experiencia.

Video de Juan Carlos Cuba Marchan con fotos de Ulises Regueiro

Hay en estas fotografías de Ulises el trabajo habitual sobre las sombras, por el que consigue encajar los blancos; que como dice el director de fotografía Iván Oms Blanco, es uno de los retos mayores en el trabajo de la imagen; y que Ulises consigue aquí, como prueba de esa madurez, en una disciplina que definitivamente se le rinde, como dama bien cortejada. Hay más también, unos close up atrevidísimos, que se aventuran a explotar la textura facial, que le facilita ese dramatismo ya tan difícil de conseguir por lo habitual; pero que el recupera con gesto de quien tiene la experiencia suficiente como para atreverse, por encima de la segura reserva de sus modelos. Respecto a estos, también a diferencia de aquel experimento de Portal, este tiene más aire de reivindicación de clase (¿intelectual?) que de alcance dramático real; en definitiva, el esfuerzo es mediático, aún si todavía documental, como parte de esa derivación de las prácticas del arte.

Nada de eso importa, o al menos no mucho, porque lo que permanece es el fenómeno mismo de su impresionante colección fotográfica; no importa la relevancia y el alcance real de sus sujetos como objeto artístico, es el testimonio de todo ello como su propia realización en una apoteosis sin dudas reverenciable. Ulises llega así definitivamente a Ítaca, donde —no debe confiarse— todavía Penélope ha de cuestionarle, incluso si ha vencido a los príncipes pretenciosos; y Penélope es el misterio de la vida misma, como esa musa que canta bajito para atraerle, y que puede ser el recuerdo de las sirenas o la revelación final de Atenea.

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