Friday, August 5, 2016

Sepia: Pasión de Eva en Ena Columbié

Por Ignacio T. Granados Herrera

Más allá de un propósito, la sensibilidad femenina existiría, sedimentada en siglos de comportamiento adecuado por la cultura como tradición; determinando en ello la percepción y comprensión del mundo en una experiencia peculiar, que es así la realidad propia del ente de que se trate, en este caso lo femenino. Ese es el caso específico de la poesía de Columbié, como el fruto de una poética construida con su experiencia existencial; y que sin dudas, ella consigue neutralizar en su expresión por el ansia de universalidad de la poesía; pero que aun así marca sus poemas, como determinados en esa experiencia existencial, como la marca de su trascendencia.

Es así como Sepia resulta en un discurso de lo femenino, siquiera por ser de lo humano en lo femenino, como una pasión de Eva; que se alimenta además directamente de la contradicción anterior del Modernismo, como tradición de alcance referencial. No por gusto sería el modernismo femenino el que fije una ontología eficiente en la reflexión estética regional; que es precisamente la que puede revitalizar la de todo Occidente, abocada a la decadencia con su pretensión de heroísmo estoico, asombrosamente blanco, varón y heterosexual. No por gusto tampoco, el gran antagonista de ese arquetipo del hetero patriarcado será Lilit; la negada, la noche que sin embargo se revuelve y arrebata a los hijos de los hombres, a pesar de la resurrección del Cristo. Esa es la potestad materna, que se castra a los hijos como aterrada del abusador que será; y es el drama de la mujer en sí, que apela al totemismo y se sintetiza en la compulsión animal del lobo o la hiena, que traen a la noche consigo.

Eso es entonces lo que explica el dramatismo especial de Sepia, ya desde el título mismo como un amaneramiento; en el que lo humano protesta de esa aridez a que se ve compelido con el culto obsceno de la virilidad. Juan Carlos Valls comienza el prólogo del libro, preguntando por qué Ena nos conmina a exiliarnos en una sola palabra; y establece con ese guiño el diálogo, como la tensa cuerda por la que se aventurará ese equilibrista misterioso que es el impulso vital. La poesía será aquí esa experiencia de cruzar el abismo, y la incertidumbre misma de perderse o no en este como un vértigo. Ena tiene a su favor el pulso poético, que es la facultad no menos misteriosa del talento para el oficio; por eso, si consigue hilvanar el drama en un discurso, este a su vez se resuelve en imágenes, unas más felices que otras, pero todas puras.

Esta característica, diríase que mayor, estaría reforzada con ilustraciones de fotografías en sepia, también de la autora; consiguiendo como conjunto que el libro sea más que libro una performance completa, como una postulación ontológica. Esa destreza es la que le otorga la eficacia reflexiva del conocimiento analógico en oposición al racional, como la falla recurrente de la poesía contemporánea; por eso accede a comunicar esa experiencia, con recursos connaturales a la poesía, que sin embargo hoy asombran por lo inusitado. Así, por ejemplo, sólo a la mitad del libro uno se da cuenta de que las pausas se han resuelto en espacios lineales; eso quiere decir que no se han usado comas y por eso no se ha tropezado nunca, lo que no es poco en poesía. Tampoco se han notado las inevitables copulativas, que son la causa de la ineficacia del racionalismo para expresar lo trascendente como experiencia; como que no por gusto la inteligencia como facultad de Zeus es Atenea, femenina y hermética tras su armadura.

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